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¡Despertad! 1990
g90 22/7 págs. 15-18

Acompáñenos en nuestra excursión por el río Chobe

Por el corresponsal de ¡Despertad! en África del Sur

NOS encontramos en el corazón de la parte sur de África, sentados en un barco que recorre el río Chobe. Ha llegado el momento culminante de nuestras vacaciones. Mientras embarcan los demás pasajeros, escuchamos el suave chapoteo del agua contra el barco. Corre una grata brisa que hace balancear los juncos de la orilla, y nos sentimos agradecidos por las nubes que nos protegen del ardiente sol africano.

“Espero que esta tarde los elefantes acudan a beber como de costumbre”, dice Jill, la directora de relaciones públicas del hotel que organiza esta excursión. Nosotros también lo esperamos. El río Chobe es famoso por sus elefantes. Se calcula que en la zona norte de Botsuana, que linda con el río Chobe, hay unos cuarenta y cinco mil elefantes, la mayor concentración de estos animales en todo el sur de África. “No obstante —nos advierte Jill—, hace tres días que no vemos elefantes debido a las recientes lluvias.”

De todas formas, el río Chobe tiene muchos otros atractivos. En una bandeja que hay en el barco vemos cuatro pescados. “Siempre encontramos pigargos a la espera de que les echemos pescados al agua”, dice Rainford, nuestro capitán de barco botsuanés. ¿Conseguiremos fotografiar a una de esas aves mientras desciende en picado para atrapar su comida? Nuestra emoción aumenta al ver pasar por nuestro lado a otro barco de turistas llamado The Fish Eagle (El pigargo). Nuestro barco se llama Mosi-Oa-Tunya, uno de los nombres africanos de las cataratas Victoria. El río Chobe desemboca en el poderoso Zambeze y las aguas se precipitan por esas famosas cataratas, a las que, desde donde estamos, se puede llegar en aproximadamente una hora con automóvil.

Aunque cueste creerlo, al poco de ponerse en marcha el Mosi, avistamos elefantes con nuestros prismáticos. Pero ¡qué pena!, mientras todavía estamos lejos, vuelven a adentrarse en la espesura. “Hasta hace tres semanas —recuerda Sandy, nuestra guía— podíamos avistar manadas de centenares de elefantes.” A continuación nos llaman la atención seis kudús que nos miran fijamente desde la orilla. Cuando se les acerca un vehículo de motor, estos antílopes suelen alejarse corriendo. Sandy dice: “Parece que un barco en el río no les da tanto miedo”.

El dulce arrullo de las palomas pronto queda sofocado por un penetrante reclamo. ¿Qué ave es esa? “El sonoro y característico reclamo del pigargo vocinglero es algo que se oye sin cesar en el río Chobe”, explica el doctor Anthony Hall-Martin en el libro Elephants of Africa (Elefantes de África). Cuatro de estas majestuosas aves nos observan desde los árboles que bordean el río. Ajustamos nuestras cámaras fotográficas con rapidez al tiempo que Sandy arroja un pescado al agua. En ese momento, la primera ave deja su posición y planea hacia nosotros. A continuación oímos el chapoteo que producen sus garras al atrapar con firmeza el pescado. Entonces, con un aletazo de sus majestuosas alas, el ave se alza del agua soltando un triunfante grito: KIOU——kiou-kiou-kiou-kiou. El hecho de que el pequeño cerebro del pigargo pueda coordinar tan bien los ojos, las garras, la voz y las alas nos deja asombrados y admirados. A bordo reina un gran silencio, lo único que se oyen son los disparos de las cámaras fotográficas mientras se repite otras tres veces esta impresionante proeza.

Según va avanzando el barco, divisamos una manada de 26 elefantes, varios de ellos crías, que juegan en el agua. Al observarlos recordamos las palabras de Bruce Aiken en su libro The Lions and Elephants of the Chobe (Los leones y los elefantes del Chobe): “Una vez aplacada la urgente sed, los adultos utilizan sus trompas para, con calma, rociarse el agua fresca por encima del cuerpo. Algunos de ellos, en especial los jóvenes y los machos adultos, quizás se aventuren a entrar más en el río y se pongan a retozar y nadar de modo juguetón, muchas veces dejando solo visible la punta de la trompa por encima de la superficie del agua a modo de tubo de respiración. Sin embargo, ninguno de ellos disfruta tanto como las crías. Este es el comienzo de su tiempo de recreo, y no cesan de retozar y perseguirse unos a otros [...]. Una vez aplacada la sed, es tiempo para la siguiente actividad, sin duda la favorita: el baño de lodo. [...] Las aguafiestas de las hembras adultas, cuya palabra es ley, deciden demasiado pronto que ha llegado el momento de marcharse”.

Lamentablemente, el hecho de que nuestra gran embarcación de dos cubiertas se acerque hace que las “aguafiestas de las hembras” se sientan incómodas y se lleven a la manada, pero no antes de que les hayamos sacado algunas fotos.

El día todavía no ha terminado y el río Chobe tiene otras sorpresas que ofrecernos. Debido al polvo procedente del cercano desierto de Kalahari, las puestas de sol al otro lado del río son espectaculares. El anochecer también es el tiempo durante el que los perezosos hipopótamos empiezan a moverse mientras se preparan para salir del agua y hacer sus correrías nocturnas en busca de alimento. Aquí la seguridad que ofrece nuestra gran embarcación es una indudable ventaja. “Nos podemos acercar a los hipopótamos sin temor”, dice Rainford.

Un bocinazo grave y sonoro anuncia nuestra llegada a un recodo del río situado junto a una isla en el que descansan los hipopótamos. A ambos lados de nuestra embarcación van apareciendo, una tras otra, enormes cabezas de hipopótamos sumergidos. De repente, dos hipopótamos se embisten con las bocas abiertas de par en par, unas bocas tan grandes que dentro podría caber una persona en cuclillas. Entonces vemos que desde las someras aguas cerca de la isla camina directamente hacia nosotros otro hipopótamo, y se acerca tanto que con su enorme cuerpo invade la lente de nuestra cámara. Al llegar a donde las aguas son más profundas, sumerge la cabeza pero deja su enorme trasero fuera del agua. Entonces, por medio de deshinchar los pulmones, logra hacer descender todo aquel gigantesco cuerpo.

Nos sorprende enterarnos de que, a pesar de sus cuatro toneladas de peso, el hipopótamo se mueve con gran agilidad en el agua. “A pesar de su desgarbado cuerpo, puede nadar más deprisa que muchos peces, y muchas veces, cuando el agua está clara, puede vérsele nadando velozmente justo por debajo de la superficie”, dice Bradley Smith en su libro The Life of the Hippopotamus (La vida del hipopótamo). Los hipopótamos, si quieren, pueden utilizar sus poderosas patas para caminar a saltos por el lecho de un río profundo. Ya lo dijo el Creador del hombre:

“Aquí, pues, está hipopótamo, al que he hecho lo mismo que a ti. Hierba verde come tal como un toro. Mira, pues: su poder está en sus caderas, y su energía dinámica en las cuerdas musculares de su vientre. Si el río actúa violentamente, él no corre en pánico. Está confiado, aunque el [río] Jordán irrumpa contra su boca.” (Job 40:15, 16, 23, nota al pie de la página.) Al vernos rodeados de estos temibles ejemplos de “energía dinámica”, nos damos cuenta de lo necesario que es manifestar respeto por Aquel que los creó. “Delante de sus ojos, ¿puede alguien tomarlo? Con lazos, ¿puede alguien taladrar su nariz?”, pregunta Jehová Dios, haciéndonos recordar las limitaciones que tenemos como humanos. (Job 40:24.)

Con la atención dividida entre una gloriosa puesta de sol y los hipopótamos, cuando llega el momento de que nuestro barco regrese, nos duele partir. Después, desde nuestra choza de paja situada junto al río, contemplamos admirados cómo el cielo adquiere tonalidades rosadas y anaranjadas, y el modo tan hermoso de reflejarse esos colores en el agua. Reflexionamos en las cosas emocionantes que hemos visto y oído. “Si quieren acercarse de veras a los animales —nos aconseja Sandy—, tienen que utilizar una pequeña lancha motora.” Decidimos aceptar su consejo y alquilamos una para la tarde siguiente.

Esta vez, con la excepción del peligroso hipopótamo, sí que podemos ver de cerca a los animales y hasta tocar los juncos y los nenúfares. Contemplamos martines pescadores píos que se ciernen inmóviles sobre el agua en busca de pececillos. Otros pájaros de hermoso colorido vuelan en derredor nuestro: martines pescadores (Halycon albiventris), abejarucos gorgiblancos y golondrinas abisínicas. También vemos aves de mayor tamaño que gozan de la seguridad que les ofrecen las islas del río: gansos del Nilo, jacanas, cormoranes y garzas, para nombrar algunas. Pasamos junto a un árbol medio sumergido sobre el que se posaban algunas de estas aves.

Finalmente llegamos al lugar donde habíamos visto a los elefantes el día anterior. Esta vez encontramos a un macho solitario que continúa bebiendo y comiendo sin hacernos caso. Entonces, cuando empezamos a alejarnos, vemos salir de repente de entre la espesura a una madre con sus crías. Al vernos vacila un poco. Nosotros contenemos la respiración con la esperanza de que no se marchen. ¿Qué hará? Menos mal, decide arriesgarse y dejar que sus crías permanezcan en nuestra presencia. ¡Qué espectáculo ver correr hacia nosotros a la madre, el joven y el pequeñín!

Aiken hace este otro comentario en su libro sobre los leones y los elefantes: “Es fácil imaginarse la sed que estos enormes animales deben de sentir cada día [...] para cuando terminan su trayecto largo y caluroso hasta el río. La manada sale de la espesura, y camina impaciente y lo más deprisa que puede directamente hacia un bebedero, y, al olor de la vivificante agua, acostumbran a recorrer los últimos cincuenta o cien metros en una carrera desenfrenada”. ¡Qué descripción tan acertada! Maravillados, nos ponemos a contemplar la escena de los tres elefantes bebiendo, con el pequeñín situado en el medio para protegerlo. Pero se hace tarde y debemos regresar antes de que oscurezca.

Además de elefantes, vemos búfalos, cocodrilos, kudús, antílopes acuáticos, otros antílopes llamados pucús, impalas, papiones y jabalíes verrugosos. No podemos evitar sentir una profunda admiración por Aquel que creó esta imponente variedad de animales y que hizo que vivieran en alrededores tan hermosos. En la estación seca, las aves y mamíferos convergen en el río formando enormes concentraciones, y hasta pueden verse leones, leopardos y rinocerontes.

Es posible que usted viva lejos de esta remota parte de África, pero esperamos que ahora que nos ha acompañado en nuestra excursión por el río, tendrá una idea más clara de las magníficas escenas que pueden contemplar los que recorren el río Chobe.

[Reconocimiento en la página 18]

Todas las xilografías: Animals: 1419 Copyright-Free Illustrations of Mammals, Birds, Fish, Insects, etc., de Jim Harter

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