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  • ¿Debo unirme a alguna pandilla?

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¡Despertad! 1991
g91 8/6 págs. 16-18

Los jóvenes preguntan...

¿Debo unirme a alguna pandilla?

“Mientras estaba sentado en los vestuarios de la escuela, se me acercaron unos chicos y empezaron a meterse conmigo. Uno de ellos me dio un puñetazo en el pecho. En ese momento un muchacho que conocía de la pandilla de mi barrio salió en mi defensa. Pensé: ‘Si me uno a la pandilla, quizás me den este tipo de protección’.”—Greg.

LAS pandillas son cada vez más comunes en muchas escuelas y vecindarios. En 1989 la policía calculó que tan solo en el condado de Los Ángeles (E.U.A.) había 600 pandillas constituidas por un total de unos 70.000 miembros. Pero este fenómeno no se circunscribe a Estados Unidos. Por ejemplo, la revista Maclean’s comentó que en la ciudad de Vancouver (Canadá) existen unas 13 pandillas que agrupan a más de 600 miembros.

Al igual que Greg, muchos jóvenes entran en una pandilla para protegerse de las agresiones que sufren en la escuela, y en estos tiempos violentos, no resulta difícil entender por qué algunos jóvenes sienten esa necesidad. Presenciamos un “aumento del desafuero” en todo el mundo. (Mateo 24:12.) Sin embargo, hay también otras razones por las que las pandillas callejeras ejercen tanta atracción en algunos jóvenes.

Ayuda y amistad

“Quería tener amigos, sentirme aceptado por alguien o por algún grupo, tener a alguien por quien preocuparme”, explica Bernard, ex miembro de una pandilla. Marianne admite que se unió a una pandilla de chicas “porque necesitaba controlar algo” y también por el “ambiente de familia” que ofrecía.

Aunque es cierto que algunos jóvenes entran en pandillas para no aburrirse o en busca de emociones, parece que la mayoría lo hacen para sentirse aceptados, recibir apoyo emocional y conseguir amigos con los que puedan tener algo en común. Con frecuencia utilizan la pandilla para reemplazar una situación familiar que no les satisface.

Bernard dice de sí mismo y de los demás miembros de su pandilla: “La mayoría procedíamos de hogares rotos. Muchos eran miembros de una familia grande y los estaba criando solo uno de sus padres, normalmente la madre. De modo que no había nadie que dedicase tiempo para hablar con ellos. Muchos sufrían maltrato físico y verbal en su casa y nadie de su familia se preocupaba por sus sentimientos. Por eso, al igual que yo, se encontraban a gusto al poder hablar con alguien que les escuchara”.

Este aspecto lo corrobora Lew Golding, consejero juvenil de Canadá, quien dijo: “Los chicos que tienen problemas en casa se aferran a una pandilla para conseguir apoyo emocional”.

En Estados Unidos, muchas pandillas se han formado por razones étnicas o culturales. Por lo tanto, en ese país las pandillas ofrecen el atractivo adicional de asociarse con quienes comparten los mismos gustos en la comida, la música, el idioma y un sinfín de cosas más. El deseo de sentirse necesitados y aceptados es normal tanto en jóvenes como en adultos. Pero, ¿se pueden satisfacer estos sentimientos y necesidades mediante unirse a una pandilla?

Proverbios 17:17 dice: “Un compañero verdadero ama en todo tiempo”. ¿Gozan de verdadera amistad y lealtad los miembros de pandillas? Al contrario, los desacuerdos y las peleas entre sus miembros son muy comunes. De hecho, en el ambiente de presión en el que se mueven las pandillas, fácilmente surgen rencores, y las diferencias de opinión se pueden interpretar como deslealtad. Bernard relata: “Si discutíamos por algo, tenía que estar alerta, pues de repente alguien podía sacar una navaja o una pistola. ¡Y se suponía que estos eran mis amigos! El pertenecer a una pandilla me decepcionó porque no tenía amigos verdaderos”.

Como añade un pandillero de dieciocho años: “No tienes ningún amigo, ni siquiera en la propia pandilla. Estás solo”.

No te dejes llevar por los demás

“No debes seguir tras la muchedumbre para fines malos.” (Éxodo 23:2.) Estas palabras se dijeron al pueblo de Dios en tiempos antiguos, y el principio aplica muy bien a todo joven que piensa en entrar en una pandilla. Quizás veas las pandillas como un medio de autoprotección o de encontrar amistades. Pero en realidad un pandillero se ve inevitablemente obligado a perseguir “fines malos”.

El periódico canadiense The Globe and Mail dice al respecto: ‘La pandilla se convierte en la familia, de modo que determina cuál es el comportamiento aceptable. En el mundo de los adolescentes sin supervisión, el robo, las palizas y las agresiones sexuales son “lo que hay que hacer”’.

Tan solo en 1989, las pandillas del condado de Los Ángeles estuvieron implicadas en unos 570 homicidios. Casi en todos los lugares donde existen pandillas, hay violencia. Con toda seguridad, cualquier intento de no participar se considerará como falta de apoyo a la pandilla o, peor aún, como cobardía. En cualquier caso, fácilmente puedes ser el blanco de ataque. Como dijo un pandillero: “No puedes decir que no a tu [pandilla]”. ¿Merece la pena sufrir este tipo de presión para sentirse aceptado o protegido?

El escritor de Proverbios 1:10-15 contesta: “Hijo mío, si los pecadores tratan de seducirte, no consientas. Si siguen diciendo: ‘De veras ven con nosotros. Sí, pongámonos en emboscada por sangre. Sí, acechemos sin causa alguna a los inocentes. [...] Debes echar tu suerte en medio de nosotros. [...]’. Hijo mío, no vayas por el camino con ellos”.

Quien a hierro mata, a hierro muere

Piensa también en las posibles consecuencias de ese proceder en tu salud y bienestar. Un pandillero dijo que ‘debes estar dispuesto a morir por los miembros de tu pandilla’. Y eso es precisamente lo que ocurre muchas veces.

En contraste, considera la lección que Jesús enseñó a sus discípulos la noche en que le detuvieron. Jesús estaba desarmado y se encontraba ante una chusma violenta. ¿Quería él que sus discípulos se unieran para defenderle por medios violentos? Pedro pensaba que sí. Por eso sacó su espada, atacó a uno de los hombres de la chusma y le cortó la oreja. Pero la reacción de Jesús debió dejar perplejo a Pedro. Jesús milagrosamente sanó la oreja del hombre y dijo a Pedro: “Vuelve tu espada a su lugar, porque todos los que toman la espada perecerán por la espada”. (Mateo 26:52.)

¿Qué lección nos enseñó? Armarse para la defensa no solo es antibíblico, sino que también es insensato y poco práctico. Un proverbio lo expresa así: “En cuanto al que anda en busca de lo malo, le sobrevendrá”. (Proverbios 11:27.)

Cómo sentirse verdaderamente aceptado

Hace unos cincuenta años se llevó a cabo un estudio que subrayó diversos factores que contribuían a la formación de pandillas. Algunos de los problemas anotados fueron una vida de familia inadecuada, pobreza, vecindarios en decadencia y poca educación escolar. Formar parte de una pandilla no ha mejorado en absoluto esta situación, ni tampoco ha ayudado a los jóvenes solitarios a encontrar amistades verdaderas. Pero la congregación cristiana te ofrece la compañía de personas que se preocupan sinceramente por tu bien. ¿Por qué no cultivas amistades entre ellas?

No obstante, ¿cómo puedes protegerte si vives en una zona donde prevalecen las pandillas? El tema se considerará en un artículo futuro.

[Fotografía en la página 17]

¿Por qué no cultivas amistades entre los que se preocupan sinceramente por tu bien?

[Recuadro en la página 18]

‘Me uní a una pandilla callejera’

“Tenía diecisiete años. Mis amigos y yo estábamos hartos de ver cómo disparaban, atacaban y violaban a la gente en nuestro vecindario. Pensamos que si formábamos nuestra propia pandilla, quizás lo frenaríamos. Al mismo tiempo, quería sentirme aceptado en un grupo; así que formamos una pandilla.

”Empezamos a vigilar el vecindario y pronto otras pandillas nos pusieron a prueba. Una pandilla rival agredió a dos de los nuestros. A uno lo golpearon en la cara con un bate de béisbol y al otro lo apuñalaron. Les vengamos de aquella injusticia y pronto nos convertimos en la pandilla más temida de la zona.

”Pero me di cuenta de que los pandilleros no son verdaderos amigos. No podías confiar en cualquiera. Algunos no te apoyaban si te encontrabas en dificultades. Había quienes no compartían mis ideales... empezaron a atacar e incluso matar a personas sin razón alguna. Por eso, empecé a detestar la clase de vida que llevaba. Creía que existía Dios pero me preguntaba por qué permitía tantas injusticias. También había aprendido en la escuela que la Iglesia había sido responsable de inquisiciones y de aniquilar a civilizaciones enteras en el nombre de Dios. Creía que las religiones servían de fachada para lucrarse.

”Un día oré a Dios pidiéndole ayuda para encontrar a la organización que Él utilizaba. Hojeé una Biblia que me había regalado un tío mío y leí Hechos 20:20. Allí hablaba de ir de casa en casa, y los únicos que sabía que lo hacían eran los testigos de Jehová. Así que localicé el Salón del Reino más cercano y fui a la mañana siguiente. Con lágrimas en los ojos, me dirigí a uno de los Testigos y le susurré: ‘Quiero aprender’. Acababa de encontrar al pueblo de Dios. Mis días de pandillero habían terminado.”—El escritor, que prefiere permanecer anónimo, sirve en la actualidad como superintendente presidente de una congregación de los testigos de Jehová.

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