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  • ¡Despertad! 1991
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g91 8/11 págs. 10-14

La población del mundo. ¿Qué nos deparará el futuro?

VIVIENDAS ruinosas, condiciones insalubres, escasez de alimento y de agua potable, enfermedades, desnutrición..., estas y otras muchas dificultades forman parte de la vida cotidiana de un importante sector de la población mundial. Sin embargo, como hemos visto, la mayoría de las personas que viven en esas condiciones se las arreglan de algún modo para salir adelante.

Pero, ¿qué nos deparará el futuro? ¿Tendrá la gente que seguir aguantando indefinidamente estas duras realidades de la vida? Por si fuera poco, los científicos medioambientales y otras autoridades pronostican que el continuo aumento de la población provocará graves problemas. Nos dicen que al contaminar el aire, el agua y el suelo de que dependemos para vivir, arruinamos nuestro hábitat. También hablan del efecto invernadero: la emisión de gases —como el dióxido de carbono, el metano y los clorofluorocarbonos (refrigerantes y agentes para formar espuma)— que resultará en un calentamiento de la atmósfera y en cambios del patrón climático del mundo, con consecuencias nefastas. ¿Resultará esto en que la civilización actual desaparezca de la faz de la Tierra? Examinemos más de cerca algunos de los factores principales.

¿Hay demasiadas personas?

En primer lugar, ¿aumentará indefinidamente la población mundial? ¿Hay algún indicio de hasta dónde va a llegar? La realidad es que la población del mundo sigue en aumento a pesar de las numerosas campañas de planificación familiar. El incremento anual de la población es actualmente de unos 90 millones de personas, lo que equivale a una nueva nación del tamaño de México cada año. Parece ser que no hay perspectivas inmediatas de detener ese proceso. Sin embargo, la mayoría de los demógrafos concuerda en que la población con el tiempo alcanzará un nivel estacionario. Queda sin responder cuál será ese nivel y cuándo se alcanzará.

Según las estimaciones del Fondo de Población de las Naciones Unidas, antes de alcanzar ese nivel estacionario, la población mundial puede llegar a los 14.000 millones de habitantes. Sin embargo, otros calculan que puede alcanzarse dicho nivel entre los 10.000 millones y los 11.000 millones. Sea como fuere, siguen en pie las mismas preguntas cruciales: ¿habrá demasiada gente?, y ¿puede la Tierra acomodar al doble e incluso al triple de la población actual?

Una población mundial de 14.000 millones de personas significaría un promedio de 104 personas por kilómetro cuadrado. Como hemos visto, Hong Kong tiene una densidad de población de 5.592 personas por kilómetro cuadrado. Actualmente, la densidad de población de los Países Bajos es de 430, y la de Japón, de 327, y estos son países que disfrutan de un nivel de vida superior a la media mundial. Está claro, pues, que aunque la población del mundo aumentase hasta el grado predicho, el problema no radica en el número de personas.

¿Habrá suficiente alimento?

¿Qué puede decirse entonces acerca del suministro de alimento? ¿Puede la Tierra producir lo suficiente para alimentar a 10.000 millones o 14.000 millones de personas? Obviamente, la actual producción alimentaria del mundo no basta para abastecer a semejante población. De hecho, muchas veces oímos de escaseces de alimento, desnutrición y hambre. ¿Significa esto que no se produce suficiente alimento para mantener a la población actual, y mucho menos a una población dos o tres veces mayor?

Esta es una pregunta difícil de responder, porque depende de lo que se quiera decir con “suficiente”. Mientras que centenares de millones de personas que viven en las naciones más pobres del mundo no pueden conseguir suficiente alimento para mantener siquiera una dieta mínima y saludable, en las naciones opulentas e industrializadas la gente sufre las consecuencias de una dieta demasiado rica: ataques de apoplejía, algunos tipos de cáncer, enfermedades cardiacas y un largo etcétera. ¿Cómo afecta eso la situación alimentaria? Según cierto cálculo, se necesitan 5 kilogramos de grano para producir 1 kilogramo de filetes de vaca. De modo que los que comen carne, la cuarta parte de los habitantes del mundo, consumen casi la mitad de la producción mundial de grano.

En lo que respecta a la cantidad total de alimento que se produce, fíjese en lo que dice el libro Bread for the World (Pan para el mundo): “Si la actual producción mundial de alimento se dividiese a partes iguales entre todas las personas del mundo, con un mínimo de desperdicio, todos tendrían suficiente. Apenas lo suficiente, quizás, pero suficiente”. Eso se dijo en 1975, hace más de quince años. ¿Cuál es la situación hoy en día? Según el Instituto de Recursos Mundiales, “durante las dos últimas décadas, la producción total de alimento en el mundo aumentó, superando la demanda. Como resultado, en términos reales, en años recientes se redujeron en los mercados internacionales los precios de los principales alimentos básicos”. Otros estudios indican que durante ese período los precios de alimentos básicos, como el arroz, el maíz, la soja y otros granos, se redujeron a la mitad o más.

En síntesis, el problema del alimento no radica tanto en la cantidad producida como en el nivel y los hábitos de consumo. La moderna tecnología genética ha encontrado maneras de producir variedades de arroz, trigo y otros granos que pueden doblar la producción actual. Sin embargo, muchos de estos conocimientos se concentran en cosechas que se venden al contado —como el tabaco y los tomates— para satisfacer la apetencia de los ricos y no para llenar el estómago de los pobres.

¿Y el medio ambiente?

Los que estudian este tema están cada vez más convencidos de que el aumento de población es solo uno de los factores que amenazan el bienestar futuro de la humanidad. Por ejemplo, en su libro The Population Explosion (La explosión demográfica), Paul y Anne Ehrlich afirman que el impacto de la actividad humana en el ambiente puede expresarse mediante esta sencilla ecuación: Impacto = población × nivel de prosperidad × efecto actual de la tecnología en el medio ambiente.

Según este criterio, los autores razonan que países como Estados Unidos están superpoblados, no porque tengan demasiada población, sino porque su nivel de prosperidad depende de un elevado índice de consumo de recursos naturales y tecnologías que deterioran el medio ambiente.

Otros estudios parecen corroborarlo. El periódico The New York Times cita al economista Daniel Hamermesh, que dijo que ‘las emisiones que producen el efecto invernadero están más estrechamente relacionadas con el nivel de actividad económica que con la cantidad de personas que las generan. El estadounidense medio genera una cantidad de dióxido de carbono diecinueve veces superior a la del indio medio. Y es muy posible que, por ejemplo, un Brasil económicamente próspero y con un aumento de población lento arrasase sus selvas tropicales más deprisa que un Brasil pobre y con un aumento de población rápido’.

Haciendo hincapié básicamente en este mismo punto, Alan Durning, del Instituto Worldwatch, comenta: “Los mil millones de personas más ricas del mundo han creado una forma de civilización tan adquisitiva y derrochadora que el planeta está en peligro. El estilo de vida de esta sociedad privilegiada —los que conducen automóviles, comen carne, beben refrescos y prefieren productos desechables— constituye una amenaza ecológica tan seria que no existe otra equiparable, a no ser, quizás, el aumento de población”. Recalca que esta “quinta parte más rica” de la humanidad produce casi nueve décimas partes de todos los clorofluorocarbonos y más de la mitad de los otros gases que producen el efecto invernadero y que, por lo tanto, suponen una amenaza al medio ambiente.

La verdadera cuestión

De todo lo susodicho se desprende que los que culpan únicamente al aumento de población por las calamidades a las que se enfrenta hoy día la humanidad no comprenden la envergadura del problema. La cuestión a la que nos encaramos no es que nos estemos quedando sin espacio vital ni que la Tierra sea incapaz de producir suficiente alimento para suministrar una dieta saludable para todos ni que todos los recursos naturales se agotarán en cualquier momento. Estos no son más que los síntomas. La verdadera cuestión es que cada vez hay más personas que aspiran a un nivel superior de consumo material sin considerar las consecuencias de sus acciones. Este deseo insaciable de tener más y más está dañando tanto nuestro medio ambiente, que la capacidad de la Tierra para sostener su población se está rebasando rápidamente. En otras palabras, el problema básico no radica tanto en la cantidad de personas como en su manera de ser.

El escritor Alan Durning lo expresa así: “En una biosfera frágil, el destino final de la humanidad tal vez dependa de si podemos cultivar un sentido más profundo de moderación, basado en una ética —aceptada por la mayoría— de limitar el consumo y encontrar enriquecimiento no material”. La idea es buena, pero surge una pregunta: ¿hay posibilidades de que todas las personas de la Tierra cultiven voluntariamente moderación, limiten el consumo y procuren enriquecimiento no material? Muy pocas. Juzgando por el estilo de vida sibarita y hedonista que prevalece en estos tiempos, es más probable que ocurra lo contrario. Hoy día parece que la mayoría de las personas se rige por el lema: “Comamos y bebamos, porque mañana hemos de morir”. (1 Corintios 15:32.)

Y aunque hubiese suficientes personas que abriesen los ojos ante los hechos y comenzasen a cambiar su forma de vivir, no podríamos invertir el proceso en poco tiempo. Prueba de ello son los muchos grupos activistas en pro del medio ambiente y los estilos de vida alternativos que han surgido en el transcurso de los años. Puede que algunos de ellos hayan salido en los titulares de los periódicos, pero ¿han producido un verdadero impacto en la forma de actuar de la mayor parte de la sociedad? De ningún modo. ¿Cuál es el problema? Que todo el sistema —comercial, cultural y político— está organizado para promover un consumismo derrochador, el concepto de ‘usar y tirar’. En este contexto no puede producirse ningún cambio a menos que haya una total reconstrucción desde los mismos cimientos. Y eso requeriría una reeducación generalizada.

¿Es prometedor el futuro?

La situación puede asemejarse a la de una familia que vive en una casa amueblada y totalmente equipada, provista por un benefactor. Para conseguir que se sientan cómodos, se les da permiso para usar a su satisfacción todo lo que hay en ella. ¿Qué pasaría si la familia empezase a estropear los muebles, destrozar el suelo, romper las ventanas, atascar las cañerías y sobrecargar los circuitos eléctricos, en pocas palabras, si amenazase con dejar toda la casa en ruinas? ¿Se quedaría el dueño observando pasivamente sin hacer nada al respecto? En absoluto. Seguro que tomaría acción para sacar de su propiedad a esos inquilinos destructores y volvería a dejar todo en buenas condiciones. Nadie podría decir que semejante acción no estaría justificada.

¿Qué se puede decir de la familia humana? ¿Acaso no somos como inquilinos que vivimos en una casa bien amueblada y magníficamente equipada, provista por el Creador, Jehová Dios? Efectivamente, pues, como dijo el salmista, “a Jehová pertenecen la tierra y lo que la llena, la tierra productiva y los que moran en ella”. (Salmo 24:1; 50:12.) Dios no solo nos ha suministrado todas las cosas necesarias para vivir —luz, aire, agua y alimento—, sino que también las ha provisto en gran abundancia y variedad para hacer agradable la vida. Ahora bien, ¿cómo nos hemos comportado los seres humanos en nuestro papel de inquilinos? Lamentablemente, no muy bien. Estamos arruinando este hermoso hogar en el que vivimos. ¿Qué piensa hacer Jehová Dios al respecto?

Va a “causar la ruina de los que están arruinando la tierra”. (Revelación 11:18.) ¿Cómo lo hará? La Biblia contesta: “En los días de aquellos reyes el Dios del cielo establecerá un reino que nunca será reducido a ruinas. Y el reino mismo no será pasado a ningún otro pueblo. Triturará y pondrá fin a todos estos reinos, y él mismo subsistirá hasta tiempos indefinidos”. (Daniel 2:44.)

¿Qué podemos esperar bajo la gobernación indefinida del Reino de Dios? El profeta Isaías nos da una vista por anticipado de cómo será la vida:

“Ciertamente edificarán casas, y las ocuparán; y ciertamente plantarán viñas y comerán su fruto. No edificarán y otro lo ocupará; no plantarán y otro lo comerá. Porque como los días de un árbol serán los días de mi pueblo; y la obra de sus propias manos mis escogidos usarán a grado cabal. No se afanarán para nada, ni darán a luz para disturbio; porque son la prole que está compuesta de los benditos de Jehová, y sus descendientes con ellos.” (Isaías 65:21-23.)

¡Qué futuro tan prometedor! En ese nuevo mundo que Dios traerá, la humanidad nunca más se verá plagada de problemas de vivienda, alimento, agua, salud y desatención. La humanidad obediente por fin podrá llenar la Tierra y sojuzgarla bajo la dirección de Dios, sin la amenaza de la superpoblación. (Génesis 1:28.)

[Fotografías en la página 12]

Se necesitan 5 kilogramos de grano para producir 1 kilogramo de filetes de vaca. De modo que los que comen carne, la cuarta parte de los habitantes del mundo, consumen casi la mitad de la producción mundial de grano

[Ilustración en la página 10]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

La atmósfera de la Tierra atrapa el calor del Sol. Pero el calor creado —transportado por la radiación infrarroja— no puede escapar fácilmente por causa de los gases que producen el efecto invernadero, lo que contribuye al calentamiento de la superficie terrestre

Gases que producen el efecto invernadero

Radiación que escapa

Radiación infrarroja atrapada

[Recuadro en la página 13]

¿Por qué es tan caro el alimento?

Aunque el coste real del alimento ha ido disminuyendo, los precios de la comida siguen subiendo. ¿Por qué? Una razón sencilla es la urbanización. Para alimentar a multitudes de personas en las ciudades del mundo en crecimiento continuo, el alimento debe transportarse a grandes distancias. Por ejemplo, según un estudio llevado a cabo por el Instituto Worldwatch, en Estados Unidos, “un determinado bocado viaja un promedio de 2.100 kilómetros desde el campo hasta el plato”. El consumidor no solo debe pagar por el alimento, sino también por los costes ocultos de la preparación, el empaquetado y el transporte.

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