Ayudé a mi familia a obtener riqueza espiritual
Relatado por Josephat Busane
Nunca olvidaré un viaje en tren a Johannesburgo (Sudáfrica) que hice en enero de 1941. Mi amigo de la infancia, Elías Kunene, y yo, volvíamos a nuestro puesto de trabajo tras haber pasado unas vacaciones en Zululandia.
EN EL tren iba con nosotros un joven que tenía un poco de muti, una medicina con supuestos poderes sobrenaturales que, por lo general, se obtenía de un hechicero. El hombre se echó un poco de muti sobre el párpado convencido de que le serviría para ganarse el favor de su jefe blanco. Cuando bajábamos del tren, Elías dijo: “Ese muti es su dios”. Aquellas palabras me atravesaron el corazón como un cuchillo, pues yo llevaba en la bolsa mi propio muti, que había preparado siguiendo la prescripción de un hechicero.
Elías y yo estudiábamos la Biblia con los testigos de Jehová. Me di cuenta de que su progreso espiritual era mayor que el mío. Inmediatamente tiré el muti a un cubo de basura, y después empecé a asistir con regularidad a las reuniones de los testigos de Jehová junto con Elías.
Tanto Elías como yo estábamos casados. Así que, ¿por qué ir a trabajar a una ciudad que estaba a más de 400 kilómetros de nuestro hogar? ¿Qué diferencia había entre la vida urbana y la vida rural en Zululandia? ¿Beneficiaría de algún modo a nuestra familia, que se hallaba en la aldea, nuestra relación con los testigos de Jehová?
La vida en Zululandia
Nací en Zululandia (Sudáfrica) en 1908. Vivíamos en el distrito de Msinga, una región con llanuras cubiertas de hierba, con colinas y con espinos. En otoño, las hojas puntiagudas de la flor del áloe cubren el paisaje de un resplandor rojo. Las vacas y las cabras pastan en las colinas y por entre los árboles. Diseminados por las llanuras pueden verse los kraales (grupos de chozas) y los campos de maíz, que es el alimento corriente del pueblo zulú.
A semejanza de los otros kraales, el nuestro contaba con una choza para mis padres, una para mi hermana mayor y otra para mi hermano y para mí. Otra choza servía de cocina familiar y había una que hacía de almacén. Todas las chozas tenían forma de colmena cónica, con una pared de adobe de aproximadamente un metro de altura y una cúpula de yerba trenzada sobre el techo. Entre las chozas, los pollos picoteaban el suelo en busca de comida, y cerca había un corral para el ganado. Nuestra familia estaba contenta con esta forma de vida sencilla. Teníamos comida y casa, y mi padre no necesitaba trabajar fuera.
No obstante, la tranquilidad rural de Zululandia ha sido perturbada muchas veces. Estos agradables ríos y colinas han sido empapados de sangre humana. A principios del siglo XIX Zululandia estaba ocupada por varias tribus independientes. Apareció entonces un guerrero zulú llamado Chaka. Su ejército atacó a todas las tribus de los alrededores. Los sobrevivientes escaparon o fueron asimilados por la nación zulú.
Posteriormente se entablaron batallas entre los zulúes y los asentamientos holandeses. Una de ellas se peleó en un río situado no muy lejos de nuestro hogar. Se derramó tanta sangre que el agua se volvió roja, por lo que se le dio el nombre de Río de Sangre. Luego llegaron los ejércitos británicos. En una colina llamada Isandlwana, no muy lejos de mi hogar, miles de personas murieron en una de las muchas batallas feroces entre soldados británicos y zulúes. Por desgracia, nunca ha reinado una paz duradera en esta zona de Zululandia. De vez en cuando resurgen los viejos odios tribales.
Búsqueda de riquezas materiales
Mamá murió cuando yo tenía 5 años. Papá y mi hermana mayor, Bertina, me cuidaron y me ayudaron a completar seis años de educación escolar. Después, a los 19 años, comencé a trabajar como dependiente en la cercana ciudad de Dundee.
Había oído que muchos jóvenes ganaban más dinero en la ciudad de Johannesburgo, el centro de la industria minera aurífera de Sudáfrica. Por eso me trasladé a Johannesburgo al año siguiente, y trabajé durante muchos años colocando vallas publicitarias.
En Johannesburgo me impresionaron las atracciones y las oportunidades que vi, pero pronto me di cuenta de que la vida urbana socavaba la moralidad tradicional de mi pueblo. Sin embargo, aunque muchos jóvenes descuidaron a los familiares que vivían en el campo, yo nunca olvidaba a los míos y enviaba dinero a casa con regularidad.
Mi padre murió en 1938. Por ser el hijo mayor, la costumbre zulú me obligaba a “revivir” el kraal familiar. Así que al año siguiente me casé con una muchacha zulú, Claudina Madondo. Aunque estaba casado, seguí trabajando a 400 kilómetros de allí, en Johannesburgo. La mayoría de mis compañeros hacían lo mismo. Cierto es que me resultaba doloroso estar separado de mi familia durante largos períodos, pero me sentía obligado a ayudarlos a mejorar su nivel de vida.
¿Riquezas materiales, o espirituales?
Mamá había sido la única persona de nuestra familia que asistía a misa, y su Biblia era el único libro que había en casa. Yo aprendí a leer algún tiempo después de su muerte, e inmediatamente comencé a leer la Biblia. Sin embargo, las doctrinas y prácticas de las iglesias empezaron a molestarme. Por ejemplo, sus feligreses seguían gozando de una buena posición en la Iglesia aunque eran fornicadores. Preguntaba a los predicadores acerca de esas incongruencias, pero nadie me dio una explicación satisfactoria.
Mientras estábamos en Johannesburgo, Elías Kunene y yo decidimos buscar la religión verdadera. Visitamos las iglesias de nuestro vecindario, pero no quedamos satisfechos con ninguna. Luego Elías conoció a los testigos de Jehová. Cuando intentó explicarme lo que le habían enseñado, le dije que lo estaban extraviando, pero después de escuchar su conversación con los líderes de la Iglesia y ver que no eran capaces de demostrar que estaba equivocado, comencé a leer las publicaciones de la Sociedad Watch Tower que me daba. En aquel entonces hice el memorable viaje en tren en el que Elías me ayudó a entender el peligro de confiar en el muti. (Deuteronomio 18:10-12; Proverbios 3:5, 6.)
Empecé a asistir regularmente con Elías a la primera congregación de los testigos de Jehová de raza negra de Johannesburgo. En 1942, tras dedicar mi vida a Jehová, me bauticé en Orlando (Soweto). En los viajes que hacía a Zululandia para visitar mi hogar, intentaba hablar de mis creencias con mi esposa, Claudina, pero ella estaba muy ocupada en las actividades de la iglesia.
Sin embargo, empezó a comparar nuestras publicaciones con su Biblia, y gradualmente la verdad de la Palabra de Dios llegó hasta su corazón. Se bautizó en 1945. Llegó a ser una celosa ministra cristiana, que hablaba de la verdad bíblica con sus vecinos y la inculcaba en el corazón de nuestros hijos.
Mientras tanto, tuve el privilegio de ayudar a algunas personas a obtener conocimiento de la verdad bíblica en Johannesburgo. En 1945 había cuatro congregaciones de Testigos de raza negra en Johannesburgo, y yo servía de superintendente presidente de la congregación Small Market. Con el tiempo se dio consejo espiritual a los casados que trabajaban lejos de sus hogares, en el sentido de que volvieran con sus familias y dieran más atención a sus obligaciones como cabezas de familia. (Efesios 5:28-31; 6:4.)
Elías fue el primero en dejar Johannesburgo, y nunca volvió a separarse de su familia. Como resultado, su esposa y cinco de sus hijos se hicieron testigos de Jehová activos. También educó a cuatro sobrinos huérfanos, que llegaron a ser Testigos dedicados. Murió en 1983, tras haber puesto un buen ejemplo de fiel apego a todos los mandatos que Jehová da mediante su Palabra y su organización terrestre.
En 1949 dejé mi trabajo en Johannesburgo para ocuparme de mi familia, tal como Jehová aconseja. Una vez en casa, conseguí trabajo con un inspector de ganado como ayudante en un depósito de desparasitación. Resultaba difícil mantener a seis hijos y una esposa con el escaso salario que recibía. Así que, para hacer frente a los gastos, también vendía las verduras y el maíz que cultivábamos en casa.
Bendiciones más valiosas
Aunque no éramos ricos, disfrutábamos de tesoros espirituales debido a que nos esforzábamos por obedecer las instrucciones de Jesús: “Dejen de acumular para sí tesoros sobre la tierra, donde la polilla y el moho consumen, y donde ladrones entran por fuerza y hurtan. Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni polilla ni moho consumen, y donde ladrones no entran por fuerza y hurtan”. (Mateo 6:19, 20.)
Obtener estos tesoros espirituales requiere mucho trabajo, al igual que excavar en busca del oro de las minas de Johannesburgo. Todas las tardes comentaba un texto bíblico con mis hijos y pedía a cada uno que me dijera lo que había aprendido. Los fines de semana los llevaba por turnos a la predicación. Mientras caminábamos de un kraal a otro, hablaba con ellos de temas espirituales e intentaba grabar las altas normas morales de la Biblia en su corazón. (Deuteronomio 6:6, 7.)
Por ejemplo, para que no hubiese dudas de que nuestros hijos no robaran, me aseguraba de que todo objeto que llevaran a casa no fuera robado. (Efesios 4:28.) Asimismo, si uno de ellos mentía, no me retraía de utilizar la vara de la disciplina. (Proverbios 22:15.) También les pedía que mostraran el respeto debido a las personas mayores. (Levítico 19:32.)
Como era cabeza de familia, puse el ejemplo de no perderme las reuniones, y hacía que los niños también asistieran. Me encargué de que cada niño tuviera un cancionero, una Biblia y toda otra publicación que se utilizara en las reuniones. También nos preparábamos juntos para las reuniones, y si un niño no comentaba, intentaba ayudarle a hacerlo en la siguiente reunión.
Durante muchos años nuestra familia fue la única que pudo hospedar a los superintendentes viajantes. Estos representantes de la Sociedad Watch Tower fueron una buena influencia para nuestros hijos e hicieron surgir en ellos el deseo de ser precursores, o evangelizadores de tiempo completo. Mi esposa y yo nos alegramos mucho cuando nuestro hijo mayor, Africa, comenzó el servicio de precursor tras haber asistido diez años a la escuela. Con el tiempo fue superintendente viajante, y después se le invitó a servir en la sucursal de Sudáfrica de la Sociedad Watch Tower, donde trabajó como traductor. Ahora está casado y tiene hijos. Sirve de anciano en una congregación de Zululandia, y además tiene el privilegio de ayudar a la sucursal de Sudáfrica cuando surgen problemas legales respecto a la adoración verdadera.
Tenemos cinco hijos y una hija. Ahora los seis son adultos y están fuertes en sentido espiritual. Esto nos ha llenado de gran alegría, una satisfacción que no se puede comprar con medios materiales. Cuatro de mis hijos sirven de ancianos en las congregaciones de los testigos de Jehová a las que asisten. Uno de ellos, Theophilus, disfruta del privilegio de servir en la sucursal de Sudáfrica.
Difundir la verdad en Zululandia
Cuando en 1949 volví a vivir con mi familia en Zululandia, solo había tres proclamadores del Reino en nuestra congregación de Collessie. Con el tiempo, la congregación creció, y se formó una segunda congregación a 30 kilómetros, en el pueblo de Pomeroy.
En el transcurso de los años, nuestra obra de predicar a veces se ha visto interrumpida por luchas de facciones en las diferentes comunidades. Los fieles de las distintas iglesias han participado en estas luchas tribales. Solo a los testigos de Jehová se les conoce por su neutralidad. En una ocasión se produjo un enfrentamiento entre las tribus Mabaso y maBomvu donde yo estaba desparasitando animales. Las personas de aquella zona eran de la tribu Mabaso, y lo normal era que me hubiesen matado, pues sabían que era de la tribu maBomvu. Sin embargo, también sabían que era testigo de Jehová, por lo que no me hicieron daño.
Durante la década de los setenta, las luchas tribales se agravaron y el distrito de Msinga se hizo muy inseguro. Al igual que otros, decidí trasladar a la familia a una parte más pacífica de Zululandia. En 1978 nos mudamos a la ciudad de Nongoma, donde comenzamos a relacionarnos con la congregación Lindizwe. Al año siguiente, mi querida esposa, Claudina, murió. Su pérdida me afectó en gran medida y mi salud se deterioró muchísimo.
A pesar de todo, gracias a la bondad inmerecida de Jehová me recuperé lo suficiente como para entrar en el servicio de precursor dos años después. Agradezco mucho a Jehová que mi salud incluso haya mejorado con el aumento en la predicación. Tengo 85 años y todavía soy capaz de predicar más de noventa horas al mes. En enero de 1992 me trasladé con mi hijo Nicolás a Muden, una parte de Zululandia donde se necesitan más proclamadores del Reino.
¡Cuánto agradezco que la organización de Jehová dirija a las personas para que atendamos mejor las necesidades espirituales de la familia! Las bendiciones resultantes son mucho mejores que cualquier cosa que el dinero pueda comprar. (Proverbios 10:22.) Alabo a Jehová por todo esto y le pido en oración que venga el tiempo en que su Reino transforme esta tierra en un paraíso. Entonces la vida en estas hermosas montañas y valles de Zululandia será tranquila para siempre y los habitantes “se sentarán, cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera”, sin “nadie que los haga temblar”. (Miqueas 4:4.)