“La voluntad de Dios reinará en nuestra vida”
UNA publicadora de Edmonton, Canadá, mientras asistió a la convención de Nueva York tuvo una experiencia interesante al viajar en el autobús hasta Plainfield. Estaba subiendo al autobús y tuvo dificultad con su equipaje, y un caballero de unos sesenta años la ayudó con el equipaje. Cuando estuvieron sentados en el autobús comenzaron a platicar y ella supo que él era un metodista que leía la Biblia y que estaba encargado con la dirección de un número de maestros de escuela dominical. Esta es la carta que ella recibió cuando regresó de Nueva York.
Estimada Srta. Johnson:
En esta ocasión recuerdo un par de líneas de un himno que nosotros los metodistas cantamos de vez en cuando. Empieza así: ‘Dios obra de una manera misteriosa para efectuar sus maravillas.’
Debido a que ayudé a una dama joven en el autobús con su maleta pesada y debido a que en el viaje de Nueva York a Plainfield platiqué con ella, y otros de su fe, pareció venir sobre mí una inquietud algo incómoda. Como le dije a usted, me impresionó mucho la maravillosa efusión de los testigos desde los cuatro cabos de la tierra, a tal grado que me convencí de que había algo en su fe y creencias que es real y vital. No digo que ya estoy listo para hacerme uno de ustedes, pero, créame, algunas de las verdades que usted explicó, y la literatura que me suministró, ciertamente han descubierto nuevas vistas de pensamiento para mí.
Me impresionó mucho su creencia en que la única cosa por la que debemos orar es que la voluntad de Dios reine en nuestra vida. Aunque parezca muy extraño jamás en mi vida oré de esa manera antes, pero esta semana ésa es la única cosa por la cual he orado, que Él me muestre el camino en que Él quiere que yo vaya. Le dije a usted que he tenido un problema personal, que me ha tenido perplejo por más de dos años. Pues, ahora ese problema en particular no parece tan grande; jamás he orado tanto como lo he hecho desde el viaje en autobús desde Nueva York, y a este tiempo he llegado al punto en que siento que mi posición mejor puede expresarse por las palabras de otro himno:
‘Lo que quieres, haz, Señor;
Lo que quieres, haz;
Tú eres Alfarero,
Yo, barro, nada más.
Házme, pues, y fórmame
Por tu voluntad,
Mientras quieto espero
Cediendo a ti en paz.’
De modo que, Srta. Johnson, desde el fondo de mi corazón, quiero darle las gracias por la bondad que me manifestó. Estoy escribiendo esta carta porque quiero que usted sepa que por lo menos algo de la semilla que usted sembró ha caído en suelo fértil. Iré al Salón del Reino aquí en Plainfield y aprenderé más de sus creencias.
Al terminar permítame decir que oro para que las más ricas bendiciones de Dios descansen sobre usted en todo lo que haga. Sin ser presumido, me gustaría que me escribiera usted.
Sinceramente, [firma]
P.D. Cuando subí al autobús, tenía literatura muy diferente conmigo, pero cuando bajé del autobús en Plainfield la arrojé en el bote de la basura. Anoche después de una oración individual, me deshice de todas mis pipas y el tabaco. Dios me ha quitado el deseo de fumar.