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  • Misionera consuela a madre japonesa
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1956
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1956
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Misionera consuela a madre japonesa

NO SE puede negar que hay mucho que hacer en la obra de predicación en todas partes de la tierra. Sin embargo, también es verdad que a los misioneros de la Watch Tówer que se gradúan en Galaad los envían a los lugares donde la necesidad es más apremiante. El hecho de que hay bendiciones que están en proporción con lo que le cuesta a uno ser misionero se pone de manifiesto en el siguiente informe recibido de una misionera en Tokio, Japón:

“Al ir de casa en casa con las buenas nuevas acerca del reino de Dios me encontré con una señora que me recibió con mucho gusto, diciéndome que hacía un año más o menos ella había perdido su hijita de unos cuatro años de edad, y que desde ese tiempo había sentido que el mundo ya había terminado para ella. Tenía un esposo muy bondadoso y también un hijo, pero parecía que esto no era suficiente para compensar la pérdida de su hijita, a quien había amado tanto.

“Ella había sido criada en la antiquísima religión japonesa ‘kitsune,’ y recientemente, por motivo de sentirse tan triste, pensaba asistir a alguna iglesia con la esperanza de que al hacerlo su mente experimentara un cambio saludable. Estaba buscando a alguien que le dijera acerca del Dios verdadero, alguien que pudiera ayudarla y darle esperanza. Yo le hablé brevemente acerca de las promesas preciosas de Jehová y la esperanza poderosa de la resurrección. Escuchó atentamente y tomó una suscripción para La Atalaya, y entonces me preguntó: ‘¿Cuándo puede usted volver para hablar con mi esposo y conmigo?’ Se fijó la hora y volví a visitarlos dos días más tarde. Los dos vinieron a la puerta para recibirme, el esposo diciendo: ‘Mi esposa no ha dejado de hablar de su visita desde que usted vino hace dos días, y ha estado esperando ansiosamente su visita esta noche.’

“Después del primer estudio ella mostró gran facilidad en comprender los propósitos de Dios y concluyó diciendo: ‘Qué bueno que no fuí a ninguna iglesia, porque en tal caso no hubiera querido escucharle a usted cuando vino a mi puerta.’ Dos días más tarde recibí de ella una carta en que me agradecía la visita y me decía que había apartado dos horas cada día para estudio personal, y, por favor, ¿cuán pronto podría volver a visitarla, porque el día en que estudiábamos juntas era el mejor día de la semana?

“Después de cada estudio ella insiste en acompañarme a la estación porque dice que de esa manera podemos continuar nuestra conversación acerca de Jehová mientras caminamos. El otro día cuando estuve en el barrio entré de paso sin que ella me esperara y le pregunté: ‘¿Está ocupada en este momento?’ ‘Venga a ver,’ me dijo. La seguí al cuarto y allí sobre la mesa estaba una Biblia y el folleto Base para creer en un nuevo mundo, los que estaba estudiando cuidadosamente y subrayando.

“Después de solamente tres estudios ella vino al Salón del Reino para escuchar una conferencia bíblica y mientras íbamos caminando a su casa me dijo: ‘Yo pienso que es algo maravilloso la manera en que ustedes los misioneros y misioneras dejan sus hogares, vienen aquí al Japón y aprenden nuestro idioma tan complicado, y todo con el propósito de conducirnos en el camino recto.’ Respecto a la reunión dijo: ‘Estoy llena de alegría, porque conocí a gente tan fina.’

“Cuando pasé por su casa el día siguiente ella me estaba esperando y preguntó: ‘¿Lleva allí un libro de cánticos? Desde que canté ese cántico “Su Palabra es Verdad” he estado tratando de recordar la letra y la música, así que tenga la bondad de enseñarme el cántico.’ La lección de canto terminó después de unos diez minutos, porque ella había aprendido la melodía, y cuando salí podía oírla cantar mientras trabajaba en la cocina.

“Al dejarla ayer después del cuarto estudio, ella me dijo: ‘Ahora he entrado en la organización de Jehová; el próximo paso será el bautismo y luego la predicación.’”

En verdad estos hombres y mujeres jóvenes que salen de sus propios hogares y tierras natales para ir a países lejanos y pueblos extraños para predicar las buenas nuevas del reino de Dios y consolar a todos los que gimen tienen experiencias conmovedoras.

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de misericordias compasivas y el Dios de todo consuelo, que nos consuela en toda nuestra tribulación, para que podamos consolar a los que están en cualquier clase de tribulación por medio del consuelo con que nosotros mismos estamos siendo consolados por Dios.—2 Cor. 1:3, 4, NM.

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