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  • La bondad inmerecida de Dios es suficiente

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  • La bondad inmerecida de Dios es suficiente
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1960
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La bondad inmerecida de Dios es suficiente

EL APÓSTOL Pablo en una ocasión oró repetidas veces a Dios pidiendo alivio de cierta aflicción. Dios le dijo a Pablo: “Mi bondad inmerecida es suficiente para ti; porque mi poder se está haciendo perfecto en la flaqueza.” El hecho de que Pablo aprendió cabalmente esta lección se destaca de lo que él escribió años después a los filipenses cristianos: “He aprendido, en cualesquier circunstancias que esté, a bastarme a mí mismo. Para todas las cosas tengo la fuerza en virtud de aquel que me imparte poder.”—2 Cor. 12:9; Fili. 4:11, 13.

El hecho de que la bondad inmerecida de Jehová Dios es suficiente para los cristianos hoy día, como lo fue para Pablo hace diecinueve siglos, se desprende de la siguiente experiencia:

Hace como dos años que un testigo de Jehová llamó a una puerta donde la enfermera lo invitó a entrar. Lo llevó al lado de la cama del ama de la casa, una madre que aparentemente tenía entre veinte y treinta años de edad y que estaba encerrada en la máquina de pulmón artificial como resultado de la poliomielitis. Esta enfermedad le había dado un golpe tan cruel que estaba paralizada desde el cuello abajo. Lo único que podía mover era la cabeza, y nada más de un lado al otro. Al oir lo que el Testigo le explicó, indicó que era su deseo recibir las revistas La Atalaya y ¡Despertad! que se le ofrecían y dijo que las leería con gusto.

El Testigo, junto con un compañero, volvió a visitar a esta inválida dentro de poco tiempo. Se regocijó al verlos, les hizo preguntas bíblicas y expresó su gusto de que la volvieran a visitar. De modo que se hicieron visitas regulares, las cuales, sin embargo, sólo duraban de quince a veinte minutos, puesto que se cansaba fácilmente. “Nunca antes había oído cosa semejante a esto,” es la manera en que ella lo expresó una vez. Contó que durante los siete años que ha estado encamada muchos representantes religiosos la habían visitado, la mayoría de los cuales eran sanadores por fe. “Pero,” dijo ella, “no importaba cuánto me esforzaba, nunca dio resultados.” Estos sanadores siempre terminaban por decirle que le faltaba fe o si no Dios estaba castigándola por sus pecados del pasado. Debido a esto se sentía desanimada y no le interesaba religión alguna y al principio había clasificado a los Testigos con los demás religiosos.

Pero rápidamente se dio cuenta de que los testigos de Jehová eran diferentes aunque no podía determinar exactamente cuál era la diferencia. Pronto comprendió la esperanza del nuevo mundo de Jehová; y el hecho de que Satanás era el responsable de las angustias que el hombre sufre tuvo sentido para ella. También le impresionó profundamente el hecho de que los testigos de Jehová abrían la Biblia y le dejaban leer en ella las respuestas a sus muchas preguntas. Esto era algo que no habían hecho ninguno de los representantes religiosos que la habían visitado antes.

Ahora ella tiene el libro De paraíso perdido a paraíso recobrado y se lo lee a sus dos hijos, y ellos vuelven las páginas. Tiene una tabla grande en la cama con un arreglo que sujeta los libros. Aquí se halla acostada leyendo y regocijándose en la verdad. También ha aprendido que hay que hacer una confesión con los labios para la salvación. Así que tiene un teléfono especial que usa para llamar a sus amistades y decirles de las buenas cosas que ella ha aprendido acerca de Jehová y su nuevo mundo. Sus hijos también le proporcionan los números de teléfono de extraños a quienes ella llama y así reciben el testimonio.

Preguntó si se le podría contar como una del pueblo de Jehová e informar sus actividades a la congregación. ¡Cuán feliz se mostró cuando se le dijo que ella también podía ser una de las “otras ovejas” de Cristo! Siempre está sonriéndose y su semblante alegre refleja su esperanza y su fe recién hallada en Jehová. Todos los que la conocían antes pueden ver el cambio que se ha efectuado en ella debido a esta religión nueva que ella ha abrazado. También da gozo ver cuán ansiosa está de participar regularmente en la predicación de las buenas nuevas del reino de Dios.

Dice que en lo pasado cometió el error de culpar a Dios por tantas cosas. Ahora quiere hacer cuanto pueda para vindicar a Dios a los ojos de los hombres. Es persona muy alerta y del todo inteligente. Con regularidad da el testimonio a otros y conduce un estudio bíblico de casa—a pesar de no poder moverse, salvo la cabeza de un lado al otro. Espera con anhelo el momento de su bautismo, a pesar de su condición, porque, como dice ella: “¡Ahora por fin he hallado la verdad!”

¡Cuán elocuente prueba suministra esta madre joven e inválida de que la bondad inmerecida de Dios es suficiente para sus siervos!

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