¿Por qué se están “quedando sin ministros”?
Hoy día hay escasez de ministros, clérigos, en la cristiandad, aun en países en que está en “auge” la religión. ¿Por qué esta paradoja?
“¡NOS estamos quedando sin ministros!” Esa es la advertencia de The Christian Herald, un periódico protestante mensual de importancia en los Estados Unidos de la América del Norte, en su número de diciembre de 1957.
Y presenta unas cifras imponentes para respaldar esa declaración. Muestra que de unas 308,000 congregaciones en los Estados Unidos casi la cuarta parte está sin pastores locales. La Iglesia metodista está a la delantera, con una escasez de más o menos 16,000 ministros. Los bautistas del sur carecen de casi 6,000. A los discípulos de Cristo les faltan más de 3,700. Otros grupos bautistas, luteranos, episcopales y adventistas del séptimo día también tienen escaseces graves. En varias sectas el número de los ministros que mueren, renuncian o se jubilan cada año excede por más de cien al número de los que entran en el ministerio.
Tampoco son las iglesias protestantes las únicas afectadas por este problema. El mismo número del Herald contó que la Iglesia católica romana en los Estados Unidos necesita más de 5,000 sacerdotes párrocos. Tampoco se limita esta escasez a los Estados Unidos. Según McManus, de la catedral de San Patricio, la escasez de sacerdotes es problema mundial. En algunos sectores de la América del Sur los católicos romanos ven a sus sacerdotes sólo dos veces al año, cuando los visitan al tiempo de alguna fiesta. Indicativa de la escasez en tales países es la situación en Venezuela, donde hay sólo un sacerdote para cada 11,000 católicos romanos.
Volviendo la atención a Europa, hallamos que en Francia, mayormente católica romana, muchos miles de parroquias no tienen sacerdotes locales. Hasta en Italia la situación se pone grave. Allí, durante los pasados ochenta y cinco años, la proporción entre los sacerdotes y la población católica ha disminuído desde un sacerdote para cada 175 católicos hasta solamente un sacerdote para más de 1,000; una baja desde 150,000 hasta 47,000 durante ese tiempo.
¿A qué se debe esta diminución tan general en el número de clérigos protestantes y católicos romanos? Y especialmente, ¿a qué se debe en los Estados Unidos, donde la religión organizada actualmente se jacta de una cumbre de todo tiempo en cuanto a miembros, riqueza y prestigio? De los hechos disponibles se destaca que no sólo menos jóvenes entran en los seminarios conciliares, sino que más predicadores renuncian para emprender alguna otra vocación. Pero, ¿por qué?
POR QUÉ NO SE ESCOGEN LAS CARRERAS CLERICALES
¿Por qué es que menos jóvenes emprenden hoy la carrera de ministro o sacerdote? The Christian Herald echó la culpa a los “legos” y en particular a los padres. Citó las palabras de un clérigo: “Mi gente está conforme con que los jóvenes emprendan la obra cristiana, pero nadie quiere que su propio hijo lo haga.” También relató acerca de estudiantes que se descorazonaban debido a la falta de interés por parte de sus amigos religiosos.
Mientras que algunos echarían así la culpa a los padres por no fomentar interés en la carrera ministerial, otros culpan a los jóvenes mismos. Sostienen que los jóvenes modernos son demasiado materialistas y egoístas para dedicarse a semejante carrera.
También algunos jóvenes le cobran aversión a la carrera ministerial, se nos dice, debido al ejemplo de los clérigos mismos. Esto se dió a saber en el artículo “Fortaleciendo el ministerio,” escrito por cierto Roberto Rankin, y que se publicó en The Christian Century del 27 de abril de 1955. Después de culpar la falta de información, información errónea, sentimientos de desmerecimiento y normas demasiado altas como motivos por los cuales muchos jóvenes no emprenden el ministerio, él sigue diciendo bajo el encabezamiento “¿Puede él mantener su integridad?”
“Otros le cobran aversión al ministerio debido al ministerio. Sin duda algunos de los juicios de ellos son injustos e ingenuos, pero sean cuales fueren sus cualidades he sido convencido, contra mi propia voluntad, de que algunos de nuestros excelentes jóvenes no responden a la vocación porque creen que ven hipocresía, arrogancia e incompetencia en el púlpito. Lo peor de todo, algunos están bajo la impresión de que tales características le son esenciales al que quiere tener éxito en el ministerio.
“Un muchacho me dijo,” continúa Rankin, “que él se interesaría en la vocación si se le pudiera convencer de que no tendría que portarse como el ministro suyo. Declaró enfáticamente que él aborrecía las payasadas y manganillas de púlpito que había presenciado en su propia iglesia y que, según su parecer, se requieren para ‘retener’ a la gente. Una carrera en el profesorado universitario era más de su gusto y a su punto de vista ésta parecía prometerle no sólo satisfacción profesional sino también una buena probabilidad de mantener su integridad.”—Post de Nueva York del 8 de marzo de 1958.
Seguramente esta confesión o admisión de parte de un líder religioso es el colmo de la ironía. Aquí está la vocación que más que toda otra está ostensiblemente dedicada a enseñar a los hombres y las mujeres los elevados principios de la moralidad, la sinceridad y el mantenimiento de la integridad.
POR QUÉ RENUNCIAN
A un portavoz católico romano, Godofredo Poage, C.P., la prensa estadounidense le atribuyó haber dicho que en los Estados Unidos hay alrededor de medio millón de ex seminaristas. Un seminarista es la persona que ha asistido a un seminario conciliar con el propósito de ser sacerdote. El hecho de que haya tantos ex seminaristas prueba que la escasez de ministros no se debe solamente a que los jóvenes no hagan del ministerio su carrera, sino también a que muchos se cansan de esa carrera y la abandonan a favor de una de otra clase. ¿Por qué?
¿Se inclinan hacia lo material? Entonces el salario que recibían bien podría haberles hecho renunciar. ¿Son idealistas? Entonces quizás la desilusión, el desaliento y la frustración les haya hecho abandonar el ministerio. Tal vez se hayan encontrado en la misma perplejidad en que Ogantz, un jefe indio que vivió en Quebec hace unos 150 años, se encontró. Él había sido criado desde la infancia por un sacerdote católico francés y fué enviado como misionero a su pueblo. Dijo él a un amigo:
“En mi corazón nunca he sido buen católico, aunque traté de ser buen cristiano. Hallé, sin embargo, mucho más fácil hacer católicos que cristianos a otros indios. Lo que quiero decir es, que estaban mucho más dispuestos a observar los ritos que lo que estaban a obedecer las leyes del cristianismo, y que no se hicieron mejores con mi predicación. Me sentía descorazonado, y temía que mi predicación fuera una imposición y yo un impostor.”—Historical Collections of Ohio, tomo 1, por Frank H. Howe.
Y ¿qué hay del problema de tratar de armonizar la teoría de la evolución con las palabras claras de Moisés, Jesús y sus apóstoles? ¿O de tratar de reconciliar lo que dice el credo de uno con lo que enseña la Biblia? Y ¿qué del dilema en que se halla el clérigo debido a que los elevados principios de la Biblia son violados tan descaradamente por los de su rebaño, obligándolo a escoger entre el decirles la verdad y un platillo de colecta lleno? Y ¿qué de la actividad de predicación de los testigos cristianos de Jehová, la cual es como una granizada que barre “el refugio de mentiras” enseñadas por ministros que dicen ser cristianos?—Isa. 28:17, Mod.
La verdad del asunto es que la misma profesión o vocación de un cuerpo clerical cristiano carece de base o precedente bíblico. La distinción de clero y lego era totalmente desconocida a los cristianos del primer siglo. Ellos se llevaban por las instrucciones de Jesús: “No se llamen ‘Rabí’, porque uno solo es su maestro, entre tanto que todos ustedes son hermanos. Además, no llamen a nadie su padre en la tierra, porque Uno solo es su Padre, el Celestial. Ni tampoco se llamen ‘caudillos’, porque uno solo es su Caudillo, el Cristo.”—Mat. 23:8-10.