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  • Al servicio de una causa noble
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1980
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  • APRENDIENDO EL PASADO DE LOS MAORÍES
  • CRIADO CON RESPETO A DIOS
  • UN NUEVO PATRÓN DE ESTUDIO BÍBLICO
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  • ESCOJO MI CARRERA EN LA VIDA
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1980
w80 1/2 págs. 8-14

Al servicio de una causa noble

Según lo relató Charles Tareha

LOS maoríes éramos los habitantes de Nueva Zelanda cuando los primeros europeos desembarcaron aquí en 1769. Mi bisabuelo, el jefe Tareha te Moananui, fue uno de los que firmó el famoso Tratado de Waitangi en 1840. Este Tratado hizo provisiones para que los maoríes llegaran a ser súbditos de la reina británica Victoria, y para que Gran Bretaña protegiera todos los derechos de los maoríes, incluso los derechos de propiedad.

Después de la firma del Tratado de Waitangi —cuando solamente había unos 2.000 blancos en Nueva Zelanda— los europeos comenzaron a venir en cantidades constantemente mayores. Por algún tiempo hubo paz. Pero entonces la tensión aumentó, pues los blancos querían comprar terreno, y los maoríes no querían vender. Como resultado, surgieron guerras —llamadas las guerras maoríes— y el pelear continuó de vez en cuando desde 1860 a 1872.

Los maoríes fueron derrotados y los blancos se aprovecharon de ellos, como hizo notar el Dr. Grenfell Price, de la Universidad de Adelaide: “A los líderes maoríes se les dio muerte o se les desacreditó. Las tierras maoríes fueron confiscadas. El especulador y el tabernero hallaron que el nativo era una víctima fácil.” Mi raza había disminuido de 200.000 o más personas a solo unas 40.000. Los maoríes se sentían privados de sus derechos, y parecía que su mismísima existencia como raza estaba amenazada.

¿ME ENVOLVERÍA EN EL ASUNTO?

Casi al final del siglo mi padre había ido a la Universidad Te Aute, y algunos de sus amigos maoríes, entre ellos sir Apirana Turupa Ngata y Te Rangi Hiroa (Dr. Peter Buck), emprendieron carreras gubernamentales encaminadas a ayudar al pueblo maorí. Sin embargo, mi padre se hizo agricultor. Tenía una casa grande, excelente, idealmente localizada en el terraplén de un terreno de casi dos hectáreas. Cerca de allí teníamos cientos de hectáreas de excelente tierra para cultivo, y, durante los años en que yo iba creciendo, ordeñábamos no menos de 70 vacas en la temporada de mayor productividad. Papá era experto en mecánica, plomería (o fontanería) y electricidad. Teníamos nuestra propia central eléctrica grande, la cual suministraba electricidad a nuestra granja décadas antes de que se generalizara su uso en nuestra zona rural cerca de Napier. Hasta habíamos alquilado mano de obra europea.

Por eso, tengo que decir que mientras me criaba nunca pensé que fuéramos inferiores a los blancos. Y los hechos tampoco indicaban que fuéramos inferiores. Es verdad que cuando los europeos llegaron en 1769 los maoríes no tenían un sistema de escritura. Sin embargo, poco tiempo después se desarrolló un método de escritura del maorí, y para 1827 la Biblia había sido traducida al maorí. Mientras nuestro pueblo se fue convirtiendo en gente muy dada a la lectura, se produjeron unos 60.000 “Nuevos Testamentos,” desde 1841 a 1845. Para aquel tiempo la proporción de maoríes que podía leer y escribir era mayor que la de los blancos.

Sin embargo, principalmente debido a las guerras entre los maoríes y los blancos, los maoríes tuvieron que encararse a severos problemas. En muchos de nosotros se ejerció presión para que nos envolviéramos en esfuerzos por corregir los males que tanta gente decía que se habían cometido contra los maoríes. Recuerdo que cierto Sr. McDonnell, un europeo, quien frecuentemente visitaba a papá y consideraba con él estos asuntos, solía estimularnos a hacer más para ayudar a nuestro pueblo.

Pero, por alguna razón, yo no me sentí impelido a envolverme en aquella clase de esfuerzos. Esto quizás se debió a que me había desilusionado mucho con los gobernantes humanos. De lo que había aprendido en la escuela, sabía que muchos de los reyes y reinas de Inglaterra habían sido muy inmorales y malignos. Y la historia de los maoríes no era mucho mejor.

APRENDIENDO EL PASADO DE LOS MAORÍES

Aunque no hay registros escritos maoríes de antes de los primeros años del siglo 18, los maoríes aprendían de memoria detalles de centenares de años de historia. Con frecuencia mi abuelo y mis tías relataban información acerca de nuestros antepasados, así como de sus muchos parientes, y penetraban en el pasado hasta más o menos 20 generaciones atrás, cuando nuestros antepasados llegaron a Nueva Zelanda en una flota de canoas. De hecho, a veces contaban conversaciones y sucesos que habían tenido lugar en las canoas como si hubiesen ocurrido la semana anterior. ¿Era confiable esta historia oral?

Sin duda se exornaban o adornaban los acontecimientos mientras la narración se repetía, pero muchos detalles han sido corroborados. “Los relatos que hacen los maoríes,” concluye un historiador, “acerca de la Flota de 1350 A.C. son corroborados de manera tan convincente por prueba externa que poseen la dignidad de historia autenticada.”

Con frecuencia los relatos históricos orales que abuelo nos contaba tenían que ver con guerras tribuales, y con “quién se había comido a quién.” Sí, hubo un tiempo en que los maoríes eran caníbales. Pero, ¿con qué propósito hacían esto? ¿Para satisfacer el apetito? Según lo que se nos relataba, éste jamás fue el propósito, y los investigadores concuerdan. En su libro The Maori Past and Present (El maorí del pasado y del presente), T. E. Donne escribió: “La información disponible parece indicar que el canibalismo maorí comenzó más bien como rito que como medio de satisfacer el apetito.”

¿Comprende usted? La tradición maorí era la de no dejar pasar un insulto sin desquitarse. Además, los maoríes nunca perdonaban el que se les hubiera derrotado, y alimentaban la idea de vengarse. Por lo tanto, cuando tenían éxito en desquitarse de algún insulto o cuando lograban vengarse, el jefe guerrero que vencía se comía el corazón del que había sido derrotado. Este era el más grande insulto que se podía imponer a otra tribu.

En cambio, los parientes del que había sido derrotado veían la necesidad de vengarse para restaurar el “honor” familiar o tribual. Recuerdo que, cuando yo era jovencito, en las reuniones entre tribus había oradores que se ponían de pie y rememoraban la historia antigua y consideraban qué jefe de tribu se había “comido” a otro, y cuándo. Recordaban los detalles de aquellas victorias y derrotas hasta el mismo tiempo de la llegada de las canoas a este país.

CRIADO CON RESPETO A DIOS

Como dije anteriormente, aquella clase de historia francamente no me atraía; no me parecía muy honorable. Creo que pensaba así debido a otra cosa que había influido en mi vida. Por la noche, antes de acostarnos nosotros los niños, mi abuela solía leernos la Biblia en maorí; ella la amaba mucho. Las instrucciones que la Biblia contiene —‘de hacer a otros lo que queremos que nos hagan a nosotros,’ ‘volver la otra mejilla,’ ‘no devolver mal por mal a nadie’— son todo lo contrario del modo en que la humanidad ha vivido. A medida que fui creciendo, comencé a comprender la sabiduría de las Sagradas Escrituras.—Mat. 7:12; 5:39; Rom. 12:17.

Mi bisabuelo, Tareha te Moananui, también obtuvo una impresión favorable de lo que había leído en la Biblia maorí. Puesto que mi bisabuelo había obtenido su ejemplar de la Biblia de un clérigo anglicano, se hizo anglicano. Donó una gran sección de terreno que estaba contigua a nuestra residencia para que sirviera de marae, o lugar de reunión, e hizo que se construyera una iglesia en él a solo unos 30 metros de nuestro hogar. Mi padre también apreciaba la sabiduría de la Biblia y se convirtió en predicador lego anglicano.

Papá realmente hizo lo mejor que pudo para criarnos, a 10 jovencitos, en armonía con lo que había aprendido de las Escrituras. Yo era el cuarto de los 10, y el mayor de los varones, y sin embargo nuestro hogar era lo suficientemente amplio como para que todos viviéramos cómodamente en él. A la hora de las comidas nos reuníamos alrededor de la gigantesca mesa hecha de la más excelente madera de pino de Nueva Zelanda, y todavía quedaba espacio para los invitados que frecuentemente teníamos.

Papá creía firmemente en el proverbio bíblico que dice: “El que retiene su vara odia a su hijo, pero el que lo ama es el que de veras lo busca con disciplina.” (Pro. 13:24) Debido a que la vara literal no estaba disponible en toda ocasión, con frecuencia papá usaba la palma de la mano o la bota, según exigiera la ocasión, y asestaba el golpe en el lugar correcto para hacernos comprender la lección. Estoy convencido de que si los padres hoy día aceptaran y aplicaran este consejo bíblico la delincuencia juvenil se reduciría o se eliminaría.

Mamá también desempeñó una parte vital en crear un hogar feliz, lo cual contribuyó a nuestra excelente crianza. Cuando leo las cualidades de una esposa capaz según se alistan en Proverbios 31:10-31, tengo que decir que ella ciertamente las poseía. Aunque estaba claro que papá era el cabeza del hogar, mamá tenía una esfera de responsabilidad en la cual ejercía verdadera iniciativa con buena administración.

Junto con mis hermanos y hermanas, yo participaba en el trabajo de la granja. Al mismo tiempo, iba a una escuela técnica y, debido a la experiencia que también adquiría al trabajar con papá, llegué a ser un experto en mecánica y electricidad. Pero, ¿qué iba a hacer con mi vida? La capacidad mecánica de mi padre tuvo mucho que ver con mi decisión.

UN NUEVO PATRÓN DE ESTUDIO BÍBLICO

En Wairoa, un pueblo a unos 113 kilómetros al norte de donde vivíamos, las hermanas de mi madre tuvieron un accidente en el automóvil Buick casi nuevo que poseían. Así que papá fue a Wairoa por unos días para reparar el automóvil de mis tías. Él encontró que el patrón de vida de ellas era semejante al nuestro, con la excepción de la religión de ellas.

Cada mañana ellas leían un texto bíblico, y a continuación lo consideraban espontáneamente y hacían comentarios significativos en cuanto a él. Una mañana el texto que se había de considerar era Eclesiastés 9:5, 10, que dice: “Porque los que viven saben que han de morir: mas los muertos nada saben . . . Todo lo que te viniere á la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el sepulcro, adonde tú vas, no hay obra, ni industria, ni ciencia, ni sabiduría.”—Valera.

Papá recordó que en un servicio de funeral que se había celebrado poco tiempo antes el tohunga (sacerdote) maorí había dicho que el alma del difunto no estaba muerta, sino que se había marchado para estar con sus antepasados. Desde luego, aquello se parecía mucho a la creencia anglicana, a saber, que algunas almas van al cielo y otras al infierno.

Otra consideración iluminadora durante el desayuno fue respecto al hecho de que Jesús es menor que su Padre, y que su Padre tiene un nombre personal. (Juan 14:28; Sal. 83:18) Papá pudo captar aquello fácilmente, pues el nombre de Dios, Ihowa (Jehová en español), aparece más de 6.000 veces en la Biblia maorí.

UN CAMBIO DE RELIGIÓN

Para cuando papá regresó a casa poseía una biblioteca de siete libros publicados por la Sociedad Watch Tower Bible and Tract intitulada “Estudios de las Escrituras.” De inmediato comenzó un estudio bíblico regular con la familia, al cual se unieron parientes cercanos y amigos. Cuando el clérigo se enteró de aquellos estudios, expresó vigorosa desaprobación. Sin embargo, cuando se le pidió que suministrara el apoyo bíblico de doctrinas de la iglesia como la inmortalidad del alma y la Trinidad, la única respuesta que dio fue: “Sean leales a la Iglesia.”

Esto convenció a papá de que lo que estaba aprendiendo de la Biblia era la verdad. Así que, teniendo presente las palabras de 2 Corintios 6:14-17: “No lleguen a estar unidos bajo yugo desigual con los incrédulos,” y “sálganse de entre ellos,” papá envió un escrito en el cual toda la familia renunciaba a la Iglesia Anglicana. Para aquel tiempo yo tenía 19 años y estaba completamente de acuerdo con la acción de papá. Él finalizó la carta con las palabras: “En cuanto a mí y a mi casa, nosotros serviremos a Jehová.”—Jos. 24:15.

Esto causó una conmoción en la jerarquía anglicana, debido a la prominencia que papá tenía en la sociedad maorí. Inmediatamente solicitaron una reunión especial con el propósito de hacer que papá retirara la renuncia. Papá estuvo de acuerdo en que se efectuara la reunión, pero no en la iglesia, sino en nuestra propiedad, donde se erigió una inmensa plataforma para aquella ocasión. Entre los presentes estuvieron algunos clérigos, incluso F. Bennett, el obispo anglicano de Nueva Zelanda, junto con una gran muchedumbre de unas 400 personas.

LA REUNIÓN

Parecía que, con toda intención, el portavoz maorí de la iglesia evitaba usar la Biblia. Más bien, hizo un llamamiento a las emociones. “Nuestros antepasados creían que el alma continuaba viva después de la muerte,” advirtió él, “y sin embargo ustedes han decidido adoptar una religión que niega la existencia del alma.” Entonces papá pasó a mostrar con la Biblia que la persona misma es un alma, y que, por lo tanto, cuando la persona muere, el alma muere. También explicó que Dios puede resucitar a la persona para que sea un alma viviente de nuevo.

Cuando quedó patente que el clérigo anglicano no estaba defendiendo su punto de vista de manera convincente, entonces éste hizo un ademán impaciente hacia la cercana iglesia que mi bisabuelo había construido y, con voz cargada de emoción, dijo: “Les hago una última exhortación a que no abandonen esta sagrada herencia que sus ilustres antepasados les han transmitido.”

Después de aquello papá se puso de pie, agradeció a todos el que hubiesen venido, y explicó que estaba más convencido que nunca de que ahora tenía la verdad. Informó a todos los presentes el día y hora de nuestro estudio bíblico regular, y los invitó a estar presentes. Muchos vinieron.

ESCOJO MI CARRERA EN LA VIDA

Aquella reunión hizo una profunda impresión en mí. A medida que continuamos nuestros estudios bíblicos, en mi corazón creció el deseo de servir al Dios verdadero, Jehová. Comencé a darme cuenta de que su Reino es el único gobierno que puede resolver los problemas del hombre, incluso los de los maoríes. Pero no veía claramente cómo efectuar la predicación del Reino que se describe en la Biblia.—Mat. 24:14.

Para aquel tiempo, Clifford y Edna Keoghan, precursores, trabajadores de tiempo completo de los testigos de Jehová, vinieron a nuestra zona, y les proporcionamos una casita para que la usaran. Nos invitaron a participar con ellos en la obra de predicar, y yo fui uno de los que lo hicieron. Mientras más participaba en esta actividad, más me daba cuenta de la ignorancia que había entre la gente en cuanto al reino de Dios. Tome mi decisión: mi carrera sería el servicio de precursor, el seguir las pisadas de Jesucristo mismo y del apóstol Pablo. Con la aprobación de papá, comencé a participar en el servicio de precursor a principios de 1931. Me mudé a Wanganui, un pueblo en la costa occidental de la isla del norte para unirme a mi compañero precursor, Frank Dewar.

EXPERIENCIAS DE PRECURSOR

Establecimos nuestro centro de actividad en Wanganui, y desde allí también trabajábamos en las zonas rurales. En una ocasión seleccioné una ruta que era un camino que habían formado poco tiempo antes a lo largo del río Wanganui y que conducía a un grupo de aldeas con nombres bíblicos, como Belén, Jerusalén y así por el estilo. Calculé que si comenzaba el viaje al amanecer, podría llegar a Jerusalén para fines del atardecer.

Estábamos a fines del otoño y las lluvias ya habían comenzado. El camino de barro estaba tan mojado que se me hacía casi imposible adelantar en bicicleta a través del fango con la carga que llevaba. Oscureció. Perdí toda noción del tiempo y la distancia. El fango me cubría de cabeza a pies. Pero seguí adelante, y, al poco tiempo, vi en la distancia una luz tenue. Fui directamente hacia ella, y pronto alcancé a oír los ladridos de los perros, algo que, dadas mis circunstancias, en aquel momento fue un sonido grato.

Se abrió una puerta y apareció un hombre con una lámpara encendida. Cuando se acercó lo suficiente para verme, preguntó con verdadera sorpresa: “¿De dónde vienes?” Cuando dije: “De Wanganui,” su única respuesta fue un gutural: “¡No!”

Me dijo que dejara afuera mi ropa fangosa y me indicó dónde estaba el baño. Después que me hube bañado y me hube puesto pijamas limpios, y mientras disfrutaba de las tortitas y del té caliente que mi anfitrión me había proporcionado, éste finalmente me preguntó: “Ahora dime, ¿a qué has venido?” Hablamos hasta muy entrada la noche, y consideramos la posición relativa de Jehová, a Jesús y la importancia del Reino. Aquel hombre era un pastor soltero y un gran creyente en la Biblia. Alegremente aceptó la literatura bíblica que yo tenía.

A la mañana siguiente, cuando desperté, ya él se había marchado, tal como había dicho. Continué hacia Jerusalén, y allí y en las aldeas vecinas coloqué mucha literatura en las manos de la gente. Muchos años después asistí a una asamblea en Napier y una señora se me acercó y con una gran sonrisa me preguntó: “¿Se acuerda de mí?” Tuve que confesar que no la recordaba. Entonces dijo: “Usted colocó en mis manos un juego de libros hace 15 años cuando yo vivía en Jerusalén.” Ahora era Testigo.

A AUSTRALIA Y DE REGRESO A CASA

En marzo de 1932 fui a Sydney, Australia, para estar presente en una asamblea, y terminé quedándome allí por unos 15 años. Al terminar la asamblea, me invitaron a hacerme miembro de la familia de Betel para servir de corrector de pruebas en la traducción al maorí del libro El Arpa de Dios, y de otra literatura bíblica, y ayudar a mantener en buena condición los automóviles de Betel.

Mientras tanto, mis padres estaban envejeciendo, y, por lo tanto, después de la segunda guerra mundial, me pidieron que regresara a casa y ayudara en la administración de la propiedad. Aunque ya no estaba en el servicio de tiempo completo, yo mantenía el espíritu de precursor, y ayudé a edificar a las congregaciones, primero en Hastings y luego en Napier.

Para este tiempo comenzó a aceptar la verdad la familia maorí Wharerau, que vivía en Waima, al norte de Auckland. ¡Con el tiempo, unos 100 miembros de esa familia llegaron a ser testigos de Jehová! En 1950 los hermanos maoríes de Waima construyeron el primer Salón del Reino de Nueva Zelanda.

En diciembre de 1953, la reina Elisabet y el duque de Edimburgo comenzaron una visita de un mes a Nueva Zelanda. El periódico Dominion, de Wellington, Nueva Zelanda, informó: “El Sr. Tuiri Tareha y esposa [papá y mamá] fueron dos de las 74 personas que fueron presentadas a los visitantes reales. En vez de estrechar la mano de la Reina, la Sra. Tareha extendió a Su Majestad un paquetito envuelto nítidamente.” El paquete contenía la Traducción del Nuevo Mundo de las Escrituras Griegas Cristianas y el libro “Nuevos cielos y una nueva tierra.” Papá explicó: “En una ocasión la Reina dijo que deseaba tener la sabiduría de Salomón para poder regir a su pueblo con justicia. Estábamos seguros de que aquellos libros le ayudarían.”

A NUEVA YORK Y A LA OBRA MISIONERA

En 1956 comencé de nuevo la obra de precursor, y al poco tiempo fui invitado a participar en la obra de circuito. Después, en 1958, tuve el privilegio de asistir a la Asamblea “Voluntad Divina” de los Testigos de Jehová en Nueva York. Después, recibí una invitación para permanecer en los Estados Unidos y asistir a la clase número 33 de la escuela de misioneros de Galaad. Mis padres todavía vivían, pero se alegraron de que yo dedicara mi vida de este modo al servicio de Jehová.

¿Cuál fue mi asignación misional? Ceilán, llamada ahora Sri Lanka, en el océano Índico. Estuve unos 18 años en esta hermosa isla tropical, lejos de mi tierra natal, donde mis queridos padres murieron durante mi ausencia. ¡Qué diferente era la testificación aquí! ¡Era un desafío!

Pudiera ser que la primera persona que uno encontrara durante el día fuera budista, y probablemente le dijera a uno que Dios no existe y que la salvación depende enteramente de uno mismo. La siguiente persona pudiera ser un musulmán, alguien que cree en un solo Dios, Alá; el tercero, un católico romano a quien se ha enseñado a creer en un dios trino y uno; y el cuarto, un hindú que cree en millones de dioses. Sin embargo, el hecho de que la gente sea tan hospitalaria les proporciona la oportunidad de escuchar y reconocer el sonido de la verdad bíblica.

La familia Pullenayegem fue un buen ejemplo de esto. Comencé un estudio bíblico con William y su esposa Olive, junto con sus tres hijos y dos hijas. Todos, con la excepción de un hijo, llegaron a ser Testigos celosos. Uno de los hijos, Vasant, ahora es miembro del comité de la sucursal de Sri Lanka, Mohandas sirve de anciano en la congregación, y las dos hijas, Viranjani y Vynodini, están casadas con cristianos que sirven de ancianos. William ha muerto, y Olive mantiene el espíritu de precursora, y sirve de precursora auxiliar según puede.

En abril de 1977 no pude renovar mi visado, y regresé a Nueva Zelanda. Aquí tengo el privilegio de ser miembro de la familia de Betel y del comité de la sucursal del país.

AL SERVICIO DE UNA CAUSA SATISFACIENTE

Cumplí 70 años en diciembre. Al reflexionar, me siento muy feliz de la selección que hice en el pasado cuando aún era adolescente y tuve que decidir a qué me dedicaría en la vida, pues he podido servir no solamente para el bien de la gente maorí, sino también para el bien de gente de lugares remotos. Estoy más convencido que nunca de que la respuesta a las urgentes necesidades de la gente, en cualquier lugar que vivan, no estriba en los planes de los hombres, sino únicamente en la solución que ofrece el reino de Dios.

El ver que tantas personas de mi propia raza reconozcan esto llena de gozo mi corazón. Pues en Nueva Zelanda, de los 6.500 Testigos que hay en el país, unos 1.000 son maoríes. Veintenas de éstos sirven de ancianos en la congregación cristiana, muchos de precursores, tres han servido de superintendentes de circuito y cinco han ido a Galaad y a lugares distantes para servir a sus semejantes en otros lugares. ¡Ah, qué magnífico será cuando, por medio de la administración del reino de Dios, toda la humanidad esté unida como una sola!

[Ilustración en la página 8]

El jefe Tareha te Moananui

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