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  • Yo fui una sacerdotisa de fetiches

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  • Yo fui una sacerdotisa de fetiches
  • ¡Despertad! 1975
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  • “Presagio” dirige mi vida
  • Mi decisión de ser sacerdotisa de fetiches
  • Entrenamiento en un “convento”
  • Se debilita mi fe en el fetichismo
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¡Despertad! 1975
g75 8/11 págs. 24-26

Yo fui una sacerdotisa de fetiches

Según fue relatado al corresponsal de “¡Despertad!” en Dahomey

MIS padres me llamaron Agbodémakou cuando nací hace más de cincuenta años en Porto Novo, capital de Dahomey, África occidental. Éramos de la familia de “Hazoumé,” que quiere decir “sirvientes del rey.” Los dioses que adorábamos eran representados por fetiches.

¿Sabe lo que es un fetiche? Este término proviene de una palabra portuguesa feitiço que significa “hecho por arte.” El término ha llegado a aplicar a un objeto material en el cual se cree que mora un dios o espíritu, impartiéndole cierto poder mágico. Hacen muchos fetiches con rasgos humanos, lo cual requiere un artesano hábil; pero otros fetiches pueden ser meramente piedras, montículos de tierra o alguna cosa similar en su estado natural.

Mi familia adoraba a dos dioses, Sinuloko (protector de los hijos) y Avesan (dueño del pueblo). El fetiche para Sinuloko era un cúmulo de barro cubierto con hojas del árbol sagrado que nosotros llamamos Deslé en nuestro dialecto gun. El fetiche de Avesan era un “asen,” un objeto de hierro fundido que se parece a un paraguas en miniatura en el extremo de una varilla de hierro, pero sin la tela.

De los dos dioses, Avesan era considerado más poderoso. Aun antes de que yo naciera, mi madre iba con regularidad al templo dedicado a su servicio para hacer ofrendas de ñame, pollos y algunas veces hasta cabras para asegurar mi llegada y futuro seguros.

“Presagio” dirige mi vida

La religión de fetiches es muy supersticiosa. Por lo tanto, pareció significativo cuando un día mi madre halló un pitón en su habitación. Tenemos un refrán que dice que el pitón nunca hace una visita sin dejar un mensaje. Por lo tanto mis padres consultaron a un “sacerdote oráculo” acerca de esto.

Él explicó que el pitón que apareció en nuestra casa fue un presagio que significaba que yo tendría que servir a Avesan como sacerdotisa de fetiches. Pero no lo hice inmediatamente.

Mi decisión de ser sacerdotisa de fetiches

Cuando crecí me casé con un sacerdote de Avesan. Mis padres se opusieron fuertemente a nuestro matrimonio e hicieron todo lo que estaba en su poder para romperlo. Las dificultades aumentaron cuando continuamos sin hijos.

En un esfuerzo por invertir mi mala fortuna, obtuve muchos amuletos, objetos que se supone repelen el mal. Pero estos no me ayudaron. Parecía seguro que mis padres lograrían romper nuestro matrimonio. Me desesperé, porque verdaderamente amaba a mi esposo. Entonces se me ocurrió que todas estas pruebas me sobrevenían porque no me había hecho sacerdotisa de fetiches en cumplimiento del oráculo.

Después de consultar con mi esposo y obtener su estímulo, comencé a entrenarme para ser sacerdotisa de fetiches.

Entrenamiento en un “convento”

El entrenamiento para llegar a ser un sacerdote o sacerdotisa de fetiches se lleva a cabo en un “convento” y dura aproximadamente siete meses. Durante nuestra enseñanza nuestro grupo no podía salir del “convento” y no se nos permitía recibir visitas. Nuestra familia y amigos, incluso mi esposo, traían regalos de alimentos, y estos se presentaban al “Douté” (el sacerdote principal o director). Este alimento no llegaba a nosotros sino hasta que el sacerdote hubiera tomado su parte.

Durante todo el período de entrenamiento usamos exactamente la misma ropa y no la lavamos ni nos bañamos. Sencillamente usábamos un trapo para limpiarnos la tierra y transpiración. Y ciertamente nos hacía transpirar la actividad vigorosa de aprender a cantar y bailar en honor de nuestro dios.

Durante este tiempo también aprendimos a tejer la rafia, una fibra de una clase de palmera, para hacer los atavíos que usaríamos después de la graduación. Estos atavíos incluían sayas multicolores, cierta especie de corpiño y sombreros puntiagudos rojos. También nos hicimos aros de cobre para los tobillos y collares de cuentas rojas. Para el toque final, cada una de las mujeres tenía una tela blanca que envolvía alrededor de ella atada por encima de la falda o saya de rafia y ataba con una banda de color.

A medida que se aproximaba el día de nuestra graduación, recibimos marcas especiales en nuestro cuerpo que nos identificaban como sacerdotisas de Avesan. Si me mira de cerca, observará dos medialunas a cada lado de mi cara, cerca de mis ojos, y una sola medialuna en cada mejilla. En la parte superior de mi cuerpo hay hoyos finos como de viruela. Todos estos fueron hechos por los sacerdotes principales con un cuchillo pequeño, afilado. Frotaban carbón molido en las heridas para asegurarse de que se ulceraran y dejaran marcas claramente definidas. Los sacerdotes principales hacen estas incisiones en cada candidato acompañados por el redoble de los tam-tams, para ahogar los gritos de las víctimas.

Se debilita mi fe en el fetichismo

Uno de los deberes de la sacerdotisa de fetiches está relacionado con los amuletos que se supone protegen o alivian a la aldea de alguna calamidad pendiente, como un incendio, una inundación o una epidemia. Los sacerdotes principales hacen los amuletos y los colocan en ubicaciones desconocidas al populacho. Los sacerdotes y sacerdotisas de fetiches tienen que salir en medio de mucho canto, baile y redoble de tambores a buscar estos amuletos. Cuando los encuentran, son transportados en una gran piragua, o canoa, al centro de un lago, donde son arrojados. Supuestamente esto libera a la aldea de la mala influencia.

Fue durante la ejecución de uno de esos ritos que mi fe en el fetichismo comenzó a debilitarse. Comprendí que estos amuletos solo eran objetos que el hombre había hecho de arcilla, madera o hierro y que se rompían fácilmente cuando yo los tocaba. Me pregunté: “¿Cómo pueden estos objetos inanimados proteger a alguien?” Pero todavía estaba por llegar el golpe mortal a mi fe en el fetichismo.

Esto sucedió cuando mi esposo, él mismo un sacerdote de fetiches, repentinamente enfermó y murió. De hecho, el mismísimo día que murió había realizado un servicio a Avesan por medio de pintarle su templo. ¿Cómo podía dejar Avesan que su sacerdote muriera así? ¿Por qué no sirvió el fetiche para curar y proteger a mi esposo? Ahí mismo murió mi fe en la adoración de fetiches. En cuanto a mi atavío fetichista recién hecho y rara vez usado, lo enterré junto con mi esposo.

Aprendiendo acerca del Dios verdadero

Me mudé de Porto Novo a Cotonú con la determinación de buscar una religión nueva. Poco después de haber llegado a Cotonú, los testigos de Jehová me visitaron. Usando la Biblia, me hablaron de un completamente nuevo sistema de cosas que pronto se extenderá por toda la Tierra. Entre los textos bíblicos que me leyeron ese día estaba Revelación 21:3, 4, que dice: “Dios . . . limpiará [de la humanidad] toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor. Las cosas anteriores han pasado.”

¡Qué dulce me sonaba eso! Al fin veía una esperanza para mi esposo muerto. Asedié a los Testigos con preguntas, escuchando atentamente sus respuestas lógicas basadas en la Biblia. Jamás había oído cosa parecida. Cuando estas personas se fueron me dejaron un ejemplar del folleto “Estas buenas nuevas del reino,” y prometieron volver en una semana. Sin embargo, el folleto no podía ayudarme porque no sabía leer ni escribir.

No satisfecha de esperar toda una semana para que regresaran los Testigos, salí a buscarlos después de solo dos días. Con amor y paciencia se pusieron a enseñarme a leer y escribir. En solo unos cuantos meses podía entender lo suficiente en mi propio ejemplar de la Biblia en gun para verificar los textos bíblicos que habían significado tanto para mí la primera vez que me hablaron los testigos de Jehová.

Los Testigos volvieron vez tras vez. En una ocasión hasta trajeron consigo a una mujer que tenía las mismas marcas sobre su cara y cuerpo que yo tenía. Ella, también, en un tiempo había sido una sacerdotisa de fetiches. Sin embargo, cuando llegó a conocer al Dios verdadero por medio de un estudio de la Biblia, esta mujer abandonó la adoración de ídolos hechos por el hombre que no pueden ver, ni sentir, ni hablar. Me determiné a hacer lo mismo.—Sal. 115:4-8.

Mi progreso en la adoración verdadera no fue sin obstáculos. Pronto aprendí que Jehová Dios tiene un adversario principal, Satanás el Diablo, que trata de impedir que la gente sirva a Jehová. (1 Ped. 5:8) Experimenté la oposición de mis padres y de los asociados anteriores en la adoración fetichista.

Un Dios más poderoso que los fetiches

Los fetichistas prepararon varios jujus en mi contra. Estos son fetiches que a veces se usan para destruir a la gente por medio de la magia negra. Se ha sabido que este procedimiento ha resultado en la muerte de alguien en unos cuantos días. Pero en mi caso no surtió efecto.

Los adoradores de fetiches enviaban a testigos presenciales para determinar si todavía estaba viva. Siempre que me veían yo estaba con buena salud, mientras que algunos de los que habían tratado de matarme con la ayuda de los fetiches enfermaron, y uno de ellos, el director del “convento” fetichista, murió. Esto asombró a muchos que me conocían y me dio oportunidades para que les hablara del Dios verdadero, Jehová. Él es más poderoso que los dioses que se unen a los fetiches y que en realidad son inicuas criaturas espíritus, o demonios, bajo el control de Satanás, el gobernante de los demonios. (Efe. 6:12) Yo señalaba lo que está escrito en Proverbios 18:10: “El nombre de Jehová es una torre fuerte. A ella corre el justo y se le da protección.”

En 1959 simbolicé por medio de bautismo en agua mi dedicación para servir a Jehová Dios, y gracias a su bondad inmerecida he podido dedicar todo mi tiempo durante los pasados nueve años a compartir con otros las verdades de la Biblia que han llenado mi vida con tanto gozo. De este modo he ayudado a muchas otras personas a liberarse de la esclavitud a la adoración falsa. ¡Qué feliz me siento de ya no ser sacerdotisa fetichista de un dios falso, sino de ser una esclava voluntaria del Dios verdadero, Jehová!—Rom. 12:11.

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