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  • Jehová me provee todo lo necesario

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  • Jehová me provee todo lo necesario
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1988
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  • Se satisfacen mis necesidades espirituales
  • Oportunidades excitantes
  • Cruzamos la llanura de Nullarbor
  • ¿Participar, o no participar?
  • Invitación a procurar mayores privilegios
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    La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1951
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1988
w88 1/11 págs. 10-14

Jehová me provee todo lo necesario

Según lo relató John E. (Ted) Sewell

CADA paso que dábamos en aquella selva húmeda de Tailandia me hacía pensar: ‘¡Tiene que haber otra manera de ir de Bangkok a Birmania!’. Tenía los pies adoloridos y el cuerpo empapado de sudor, y lo que más me preocupaba era que nos encontráramos con alguno de los tigres, osos negros o elefantes de aquellas selvas... para no mencionar las culebras venenosas. ¿Por qué hacíamos este viaje peligroso Frank Dewar y yo?

Éramos misioneros en Tailandia y acabábamos de enterarnos de que del 26 al 28 de noviembre de 1938 habría una asamblea de tres días en Rangún, Birmania. Porque teníamos poco dinero, tendríamos que viajar de Bangkok a Rangún del modo más barato posible, y parte de aquel viaje exigía caminar 80 kilómetros (50 millas) por la selva.

Salimos de Bangkok por tren el 16 de noviembre, nos transferimos a un autobús pequeño, cruzamos el río Ping en una canoa larga, y entonces empezamos nuestro largo viaje por la selva. Frank había estudiado cuidadosamente unos mapas y finalmente escogió una ruta que parecía factible. No había carreteras... solo una senda angosta (hecha por viajeros) que básicamente seguía una línea telefónica.

Fue un alivio para nosotros el que los únicos animales que viéramos fueran monos en los árboles. Las hermosísimas orquídeas colgantes fueron una deleitable sorpresa. Al anochecer empezó a preocuparnos el peligro de dormir en la selva. La situación era muy diferente de dormir en la maleza australiana, donde yo frecuentemente había pasado noches a la intemperie. También se nos había advertido que los contrabandistas de aquella zona asaltaban y hasta causaban daño físico a los viajeros.

Nos llenamos de aprensión cuando nos encaramos con un grupo de hombres de apariencia fiera, cada uno con un machete largo colgado de la correa. Nos detuvieron y nos preguntaron adónde íbamos. Cuando les explicamos que íbamos a una asamblea cristiana en Rangún nos miraron con incredulidad, pero siguieron adelante sin lastimarnos.

Poco tiempo después nos encontramos con dos jóvenes más amigables. Con lo poco que sabíamos del idioma tai, los alquilamos para que nos guiaran a Birmania. Al anochecer llegamos a un árbol grande que tenía escalones hacia una plataforma de madera entre las ramas. Allí dormimos los cuatro.

La noche siguiente dormimos en el balcón de una casa primitiva en una aldehuela. Al tercer día llegamos a la aldea de Mae Sot, en la frontera birmanesa. Allí nos despedimos de nuestros guías y con gusto les pagamos sus buenos servicios.

Después de cruzar el río y entrar en Birmania, viajamos en un autobús pequeño por una carretera en las montañas y después subimos a una embarcación fluvial para ir a Moulmein. La última parte del viaje a Rangún la hicimos por tren, y aquello nos pareció muy fácil después del doloroso viaje a pie. Todo el viaje había tomado una semana, pero valió la pena cuando disfrutamos de asociación espiritual con nuestros hermanos. Esta fue solo una de las muchas pruebas de que Jehová me ha provisto todo lo necesario. Pero déjeme decirle por qué estaba en Tailandia.

Se satisfacen mis necesidades espirituales

La vida y las costumbres estaban cambiando cuando nací en Australia Occidental en 1910. La I Guerra Mundial de 1914 pareció acelerar los cambios. Aunque yo tenía solo unos siete años de edad, recuerdo claramente que mi madre escribía cartas a mi padre, quien estaba en la guerra en Europa. En cierta ocasión mi madre me dijo: “¿Sabes una cosa? La Biblia dice que habrá guerras y rumores de guerras”. No explicó nada más, pero aquello despertó mi curiosidad.

Años después, en diciembre de 1934, mientras regresaba a caballo de la granja donde trabajaba, me encontré con un ex condiscípulo mío que me dijo que poco tiempo atrás habían llegado de Perth unos testigos de Jehová. Su familia les había comprado unos libros, pero no tenían intención de leerlos. Por mi curiosidad, obtuve de él el libro Vida.

Aquella noche clara, mientras cabalgaba a la luz de la Luna, se me hacía fácil leer las letras grandes de los títulos de los capítulos. Al regresar a la granja seguí leyendo a la luz de una linterna de queroseno. Allí, por primera vez, aprendí que Dios tiene un nombre personal: Jehová. Me deleitó saber que Dios tiene un propósito maravilloso para este planeta, sí, que la Tierra llegará a ser un paraíso del que disfrutará la humanidad obediente. Sí, ¡este libro contestaba todas mis preguntas!

Ante todo, quise compartir el conocimiento adquirido con mis padres, que vivían en una granja pequeña a una distancia de 138 kilómetros (86 millas). Para ello tuve que cabalgar día y medio. Cuando le dije a mi madre lo que había aprendido, ¡qué sorpresa me dio al decirme que ella también estaba estudiando y disfrutando de la misma literatura bíblica! En el largo viaje de regreso a casa la semana siguiente medité sobre muchas cosas, pues había aprendido que lo que Dios requiere no es solo conocimiento y fe. Ahora sabía que el verdadero cristiano debe seguir a Jesucristo y servir personalmente a Jehová mediante predicar a otros. Por eso, me resolví a tratar de hacer eso cada fin de semana desde entonces en adelante.

Oportunidades excitantes

Para testificar en nuestro distrito agrícola, donde las granjas estaban dispersadas por el territorio, compré un automóvil Ford modelo T que había sido convertido en una camioneta de uso práctico. Equipado con ropa de cama y otras cosas esenciales, visitaba a los granjeros todos los sábados por la tarde, dormía en la camioneta y después continuaba testificando de granja en granja los domingos por la mañana. Regresaba a casa al anochecer.

En abril de 1936 simbolicé mi dedicación por bautismo en una asamblea pequeña en Perth. Uno de los discursos dio énfasis al ministerio de precursor de tiempo completo. Yo sabía que no tenía obligaciones bíblicas que me impidieran participar en aquella importante obra; por eso, en diciembre de 1936 emprendí el servicio de precursor.

Aquel mismo mes llegaron a Perth, por camión, dos vigorosos precursores: Arthur Willis y Bill Newlands. Nueve meses antes ellos habían salido de Sydney, en la costa este, y habían cruzado a Australia en una gira de testificación. ¡Imagínese cuánto me emocioné cuando la Sociedad me dio la asignación de acompañar a estos precursores en su viaje de regreso! Nunca he olvidado el valioso adiestramiento que me dieron.

Cruzamos la llanura de Nullarbor

Nullarbor significa “sin árboles”. Ese término describe muy bien la llanura árida y sin árboles del centro de Australia. A mediados de los años treinta la ruta que seguimos allí fue de 1.600 kilómetros (1.000 millas) de la carretera más difícil que uno pudiera imaginarse.

Por las noches dormíamos en catres, por lo general afuera bajo el cielo claro. En esa parte del país casi no llueve, y rara vez hay rocío. Cada noche, cuando nos acostábamos bajo las estrellas que brillaban en el aire claro y sin contaminación, recordaba las palabras de apertura del Salmo 19:1: “Los cielos están declarando la gloria de Dios; y de la obra de sus manos la expansión está informando”.

Se dice que el ferrocarril que cruza la llanura de Nullarbor es el más extenso tramo ferrocarrilero del mundo. Se extiende por 480 kilómetros (300 millas) sin curva alguna. Disfrutábamos de testificar en los pueblecitos a los lados del ferrocarril, y a la gente que vivía en “estaciones”, o ranchos, de ovejas. Las tenencias de tierra en aquella parte de Australia eran enormes. Recuerdo una “estación” de más de 4.000 kilómetros cuadrados (un millón de acres), y que la casa estaba a 80 kilómetros (50 millas) de la entrada del cercado.

Finalmente llegamos a Katoomba, en las montañas Azules, precisamente al oeste de Sydney, a tiempo para la Conmemoración el 26 de marzo de 1937. Nuestra asignación de viajeros había sido un gozo y espiritualmente remuneradora, pero nos agradó el cambio a estar por un tiempo con una congregación del pueblo de Dios.

¿Participar, o no participar?

Al tiempo de aquella Conmemoración de 1937, todavía había confusión en cuanto a las “otras ovejas”. (Juan 10:16.) Algunos creían que la medida de fe y el celo cristiano que la persona desplegara indicaría si había sido llamada o no a la vida celestial. Por eso, como muchos en circunstancias similares, yo participaba de los emblemas. El año siguiente, de nuevo algunos de nosotros los precursores nos sentimos perturbados en cuanto a participar.

Interiormente esperábamos vivir en una Tierra paradisíaca, pero muchos creían que nuestro celo y el ministerio de precursor probaba que teníamos la unción del espíritu. Precisamente a tiempo Jehová proveyó la respuesta mediante su organización terrestre. En la misma tarde de la Conmemoración llegó el número del 15 de marzo de 1938 de The Watchtower (véase el número de abril de 1938 de La Torre del Vigía). El artículo principal, “La manada de Él”, era un estudio detallado de Juan 10:14-16. ¡Cuánto nos deleitó la clara explicación que contestaba nuestras preguntas!

Aquel artículo mostraba que el espíritu de Dios había funcionado vigorosamente en sus siervos de la antigüedad y había hecho que ejecutaran obras poderosas mucho antes de que comenzara la llamada celestial. Así, hoy día Dios pone su espíritu sobre sus siervos dedicados en la Tierra a quienes ha dado la esperanza terrestre. Agradecimos entender la diferencia entre ser engendrados por espíritu santo y recibir la energía del espíritu de Dios para hacer Su voluntad.

Invitación a procurar mayores privilegios

Otros sucesos emocionantes de 1938 fueron la visita del presidente de la Sociedad Watch Tower, el hermano Rutherford, y la asamblea de distrito en el Sydney Sports Ground. En aquella asamblea se presentó a los precursores la oportunidad de servir en Birmania, Malaya, Siam (ahora Tailandia) y Java (ahora Indonesia). Hector Oates, Fred Paton y yo consideramos un deleite ser asignados a Birmania.

Yo nunca había salido de Australia. Sin embargo, dos meses después estaba en un barco con otros precursores, camino a nuestras asignaciones. Llegamos a Singapur el 22 de junio de 1938, y en el muelle nos esperaba Bill Hunter, quien ya servía de precursor allí. ¡Cuán extraño e interesante fue notar la manera de vestir y las costumbres de la gente local y oír idiomas que no podíamos entender!

El hermano Hunter me entregó un telegrama procedente de Australia que cambió mi asignación de Birmania a Malaya. Fred Paton y Hector Oates seguirían hacia Birmania sin mí. Me alegró saber que trabajaría con dos misioneros experimentados: Kurt Gruber y Willi Unglaube. Eran de Alemania, pero habían estado sirviendo en Malaya.

Después de pasar tres meses en Malaya, fui asignado a Tailandia. Willi Unglaube me acompañaría, junto con Frank Dewar, quien ya había sido misionero allí. Llegamos por tren en septiembre de 1938, encontramos un lugar donde alojarnos temporalmente y empezamos a testificar. Los habitantes de Tailandia fueron bondadosos y pacientes mientras nosotros luchábamos con su expresivo idioma.

Estimuladora asamblea en Rangún

Desde Bangkok, Tailandia, hicimos el difícil viaje a Rangún, Birmania, que ya he descrito. Aquella era la primera vez que se celebraba una asamblea de distrito en Birmania, y más de mil personas atestaron la hermosa alcaldía para oír el discurso público. Hubo que cerrar las puertas, porque no cabían más personas. En Birmania y en los países vecinos solo había unos cuantos Testigos, y por eso la mayoría de los concurrentes había respondido a las invitaciones que se habían distribuido antes de la asamblea en miles de hojas sueltas.

Para los que habíamos venido de asignaciones misionales aisladas aquella asamblea fue un verdadero tónico espiritual. Pero al terminar regresamos a Tailandia por una ruta más fácil que no exigió caminar por la selva.

La guerra y la invasión japonesa

Ahora las nubes tempestuosas de la guerra amenazaban el sudeste de Asia. Cuando las fuerzas militares japonesas entraron en Tailandia, se proscribió la obra de los testigos de Jehová. Además, durante el tiempo de la guerra encerraron en un campamento a todos los británicos, estadounidenses y holandeses. George Powell, un precursor que había venido de Singapur para unírsenos en Bangkok, fue encarcelado conmigo. Pasamos tres años y ocho meses en aquel campamento.

Mientras estuvimos en el campamento no recibimos literatura nueva ni mensajes de la Sociedad. Pero experimentamos la promesa del salmista: “Jehová está sosteniendo a todos los que van cayendo, y está levantando a todos los que están encorvados”. (Salmo 145:14.)

De regreso a Australia

Cuando la guerra terminó en 1945, regresé a Australia. Con buen alimento y mejores condiciones de vida, recobré la salud y pude empezar a servir de precursor de nuevo. Después, en 1952, recibí la asignación de trabajar como superintendente de circuito, y disfruté de aquel privilegio por los siguientes 22 años. En 1957 me casé con Isabell, quien había sido precursora por 11 años, y seguimos en la obra de circuito como matrimonio.

Problemas de salud empezaron a hacer difícil para nosotros el viajar constantemente, de modo que en 1974 nos establecimos en Melbourne como precursores. Todavía sirvo de sustituto del superintendente de circuito de vez en cuando, y hace poco tuve el privilegio de ser uno de los instructores en una de las escuelas del servicio de precursor. En todo este trabajo he contado con el apoyo constante y gozoso de mi esposa. Ahora que tengo 78 años agradezco mucho a Jehová el que él siga proveyéndome cuanto necesito.

En retrospección, frecuentemente reflexiono en cómo Jehová nos ha adiestrado, nos ha ayudado a superar nuestros errores y nos ha disciplinado para refinarnos como siervos de Él. Recuerdo los casos en que Dios proveyó los medios que me permitieron superar pruebas que estaban más allá de lo que un hombre pudiera aguantar. Estos recuerdos me fortalecen y son un recordatorio constante de que Jehová ciertamente me ha provisto todo lo necesario.

[Fotografía en la página 10]

Una foto reciente mía, con mi esposa Isabell

[Fotografía en la página 12]

Testificando en la llanura de Nullarbor

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