Víctimas inocentes de la era nuclear
Por el corresponsal de “¡Despertad!” en Guam
EL LUNES, 1 de julio de 1946, la brillante y tranquila laguna de un atolón poco conocido del archipiélago de las islas Marshall, a unos 3.200 kilómetros (2.000 mi) al sudoeste de Hawai, fue destruida por una explosión deslumbrante. Un radiactivo hongo atómico se elevó hacia el cielo a una altura de casi 10 kilómetros (6 mi), y Bikini instantáneamente adquirió fama como el lugar donde se efectuó la primera prueba de una bomba nuclear en tiempo de paz.
Bikini se componía de un grupo de islitas e islotes tropicales alrededor de una laguna de forma ovalada que medía unos 775 kilómetros cuadrados (299 mi2). Cinco meses después que las ciudades de Hiroshima y Nagasaki fueron devastadas por bombas nucleares, el gobierno estadounidense escogió a Bikini para que fuera el sitio donde se efectuaran otros experimentos nucleares, y se hicieron anuncios públicos con ese fin en los Estados Unidos. No obstante, fue solo algunas semanas más tarde cuando se dijo a los nativos de Bikini que tendrían que mudarse.
Los 167 isleños estaban reacios a irse, pero consintieron en ello cuando se les dijo que las pruebas eran “para el bien de la humanidad y para poner fin a todas las guerras mundiales”. Pronto hubo miles de personas que componían el personal militar y científico, así como centenares de barcos y aviones, que comenzaron a llegar al atolón revestido de palmeras. Mientras tanto, los habitantes de Bikini se prepararon tristemente para partir de su hogar y emprender una larga odisea que, para muchos de ellos, todavía no ha terminado.
A los habitantes de Bikini se les había dicho que podrían regresar a su hogar al concluir las pruebas, de modo que eligieron establecerse en el atolón llamado Rongerik, a 200 kilómetros (125 mi) hacia el este. Pero Rongerik no era igual a Bikini. Este atolón de 17 islotes que antes había estado deshabitado contenía solo 1,3 kilómetros cuadrados (0,5 mi2) de tierra firme, en comparación con los casi 6 kilómetros cuadrados (2,3 mi2) de Bikini. Sus 142 kilómetros cuadrados (55 mi2) de laguna distaban muchísimo de los casi 775 kilómetros cuadrados (299 mi2) de laguna en Bikini. El único pozo que había proveía solamente agua salobre. Los cocos eran de mala calidad. Y muchas especies de peces que eran comestibles en Bikini eran venenosas en Rongerik. Menos de dos meses después de llegar, los habitantes de Bikini solicitaron que se les permitiera regresar a su hogar. Esto, desafortunadamente, era imposible.
Los nativos del cercano atolón de Rongelap se enteraron de que aquellos isleños estaban en apuros y trataron de ayudarlos llevándoles pescado y otros alimentos en canoas con batanga. Pero la situación en Rongerik continuó empeorando. Un desastroso incendio destruyó 30 por 100 de los cocoteros productivos, lo cual causó aún mayores escaseces de alimento. Varios informes médicos que se hicieron durante los siguientes dos años confirmaron que aquellos isleños eran un “pueblo hambriento”, y que su partida de Rongerik había sido “aplazada demasiado tiempo”.
Finalmente ellos fueron evacuados por segunda vez, a un campamento temporal ubicado en la base naval de Kwajalein, que también es parte del archipiélago de las Marshall. Varios meses después, votaron a favor de mudarse a Kili. Esta isla solo tenía un área de 0,86 kilómetros cuadrados (1/3 mi2). Pero había un factor que la recomendaba... estaba deshabitada. ¿Por qué era eso importante?
Los habitantes del archipiélago de las Marshall no tienen derecho a la compra y venta de tierras en los atolones que no pertenezcan a los de su propio grupo social. Tampoco compran ni venden tierras como lo hace la gente de otras naciones. Debido a que consiguen su sustento de la tierra y el mar, los habitantes de las Marshall son reacios a establecerse donde viven otros isleños. En cualquier atolón, menos en uno que estuviera deshabitado, serían equivalentes a parientes pobres que dependieran de la buena voluntad de los nativos. Los habitantes de Bikini no querían que les pasara eso; por lo tanto, se fueron a Kili.
Pero las condiciones de vida allí eran malas. Kili está rodeada de un angosto saliente de roca que desciende de modo muy empinado hasta aguas profundas. Aunque los cocoteros se dan bien y cae abundante lluvia, no hay peces en el arrecife ni crustáceos, pues el oleaje rompe directamente en el arrecife rocoso. De nada valen las canoas, pues no hay manera de echarlas al mar entre las agitadas aguas. Durante la temporada de los vientos alisios, el océano se pone tan borrascoso que los barcos de provisiones no pueden llegar a la isla. Un habitante de Bikini que ahora vive en Majuro comentó: “La vida en Rongerik y Kili era muy dura. Era peor que estar en prisión, porque las islas eran demasiado pequeñas y no había suficiente alimento”.
Entretanto [...]
Mientras tanto, se clavó la mirada en Eniwetok, un atolón compuesto de 40 islotes, que también formaba parte del archipiélago de las Marshall, para realizar otras pruebas de armamentos nucleares. Por consiguiente, los nativos fueron evacuados y transportados a Ujelang, a 200 kilómetros (124 mi) hacia el sudoeste. A propósito, esta isla también la habían escogido los habitantes de Bikini, y ellos ya estaban construyendo allí nuevas casas para sí cuando, a última hora, las autoridades instalaron allí a los habitantes de Eniwetok en lugar de los de Bikini. Esto produjo mucho rencor en los de Bikini.
Luego aparecieron las bombas de hidrógeno, la primera de las cuales se sometió a prueba en Eniwetok en 1952. Se volatilizaron por completo un islote y porciones de otros dos. Una prueba desastrosa (irónicamente llamada Bravo) tuvo lugar el 1 de marzo de 1954 en Bikini. Aquella bomba de hidrógeno, la más grande anunciada, fue quizás 700 veces más poderosa que la primera bomba atómica que se dejó caer sobre Bikini. Un destello deslumbrante, seguido de una bola de fuego de decenas de millones de grados de calor, ascendió rápidamente a una velocidad de 483 kilómetros (300 mi) por hora. En unos minutos, la enorme nube en forma de hongo se elevó a unos 30.500 metros (100.000 pies) de altura.
Vientos de varios centenares de kilómetros por hora sacudieron la laguna. Centenares de millones de toneladas de materia de los arrecifes, los islotes y la laguna de Bikini quedaron pulverizados, y el aire las absorbió. Los vientos de gran intensidad llevaron a casi 130 kilómetros (80 mi) de distancia la mortífera ceniza radiactiva, que cayó como nieve sobre 23 pescadores japoneses que se hallaban en un barco llamado Dragón de la suerte. A más de 160 kilómetros (100 mi) de distancia, en los atolones habitados de Rongerik y Rongelap —los habitantes de los cuales habían sido muy bondadosos con los exiliados de Bikini— cayeron cinco centímetros (2 pulgadas) de la arenosa ceniza radiactiva. A unos 440 kilómetros (275 mi) de distancia, en el atolón llamado Utirik, la ceniza cayó como llovizna. En conjunto, 11 islotes y 3 atolones fueron directamente afectados.
Poco después, los pescadores japoneses y los habitantes de Utirik y Rongelap comenzaron a reflejar los efectos de la grave exposición a la radiación: picazón, quemaduras, náuseas y vómitos. Uno de los pescadores japoneses murió poco después, y durante los siguientes dos años el gobierno japonés recibió dos millones de dólares en compensación por los demás miembros enfermos de la tripulación y el daño causado a la industria del atún.
Cuando terminaron las pruebas, ¡se habían efectuado 23 explosiones nucleares en Bikini, y 43 en Eniwetok, la potencia de las cuales variaba entre 18 kilotones y 15 megatones! Aunque había interrupciones o pausas entre las pruebas, cuando comenzaba una serie de pruebas, cada dos días, como promedio, explotaba una bomba nuclear.
Y entonces ¿qué?
Algún tiempo después que terminaron las pruebas, todo el mundo pensó que los habitantes de Bikini podrían regresar a su hogar. Después de una inspección inicial que efectuó la Comisión de Energía Atómica en 1969, se declaró que Bikini era un lugar seguro. Todos los escombros relacionados con las pruebas habían de depositarse en la laguna, en tres lugares localizados a menos de un kilómetro y medio (1 mi) del atolón. A los habitantes de Bikini se les dijo: “Casi no queda ninguna radiación, y no podemos hallar ningún efecto perceptible de ella en la vida vegetal o en la animal”. Se hicieron planes para que la limpieza y repoblación del atolón abarcara un período de ocho años.
Pero el sueño de hace mucho tiempo se convirtió en una pesadilla. En vez de los lujuriantes islotes de donde habían salido, los que regresaron hallaron un atolón destruido, cubierto de matorrales densos e inservibles, pocos árboles y toneladas de escombros de las pruebas. Algunos lloraron amargamente. Sin embargo, con la ayuda económica que recibieron se pusieron a replantar cocoteros y otros cultivos, y a construir casas.
Pero sus problemas no habían terminado. Las pruebas radiológicas que se hicieron en 1972 y 1975 revelaron que había niveles de radiactividad más altos que lo que se pensaba originalmente. Algunos pozos eran demasiado radiactivos para que el agua fuera potable. Se prohibió el consumo de ciertos alimentos. Se hallaron altos niveles de radiactividad en el cuerpo de los habitantes. Así que, una vez más, los habitantes de Bikini tuvieron que mudarse... de vuelta a Kili. Los 50.000 cocoteros y las 40 casas nuevas que eran parte del plan de rehabilitación de tres millones de dólares quedaron abandonados. Unos estudios científicos de Bikini que se realizaron en abril de 1983 mostraron que, sin una limpieza masiva, pasarían por lo menos 110 años antes de que alguien pudiera vivir allí.
¿Qué hay de las demás víctimas?
Una explosión de 18 kilotones que hubo en 1958 no tuvo reacción en cadena, y por eso esparció plutonio 237, que es mortífero, sobre el islote llamado Runit, uno de los 40 islotes de Eniwetok. Los escombros se recogieron más tarde, se enterraron en el cráter producido por la bomba y se cubrieron con una tapa de concreto que medía unos 113 metros (370 pies) de ancho y 48 centímetros (19 pulgadas) de espesor. Ésta cubre 84.000 metros cúbicos (110.000 yardas cúbicas) de algunos de los desechos más peligrosos del mundo. Según cierto informe, tal lugar será zona prohibida “para siempre”. Solo tres islotes del atolón se pueden utilizar para vivir, y la alimentación constará principalmente de alimentos importados hasta que maduren los cocoteros, los árboles del pan y las marantas que se hayan sembrado en la localidad. En 1980, 500 habitantes de Eniwetok regresaron a su tierra; no obstante, menos de dos años después, 100 de ellos se fueron debido a las difíciles condiciones. Las fases de limpieza y rehabilitación costaron $218.000.000 (E.U.A.).
Mientras tanto, en los atolones donde cayó la lluvia radiactiva, la proporción de casos de anormalidades tiroideas, catarata, atraso en el crecimiento, nacimientos de niños muertos y abortos entre los habitantes es mucho más alta que entre los demás habitantes del archipiélago de las Marshall. Muchos de los 250 habitantes de las Marshall que en 1954 estuvieron expuestos a la explosión llamada “Bravo” tienen tumores tiroideos. Los 250 padecen de anormalidades tiroideas. Parece que son sumamente propensos a contraer resfriados, gripe y enfermedades de la garganta. La mayoría de ellos se cansa fácilmente, y casi todos ellos se preocupan por su salud.
Un líder gubernamental dijo: “Toda persona que ha estado expuesta [a la radiación] se pregunta: ‘¿Estaré bien mañana? ¿Serán normales mis hijos?’. Y cuando la persona enferma, se pregunta: ‘¿Es ésta una enfermedad corriente, o ha venido el fantasma de la bomba para reclamar mi vida ahora... aun años después?’”. Un hombre del atolón llamado Utirik se lamentó: “Varios de mis hijitos, que eran saludables cuando nacieron, murieron antes de cumplir un año de edad [...] En total, he perdido cuatro hijos. Mi hijo Winton nació apenas un año después de la explosión de la bomba, y ya le han hecho dos operaciones en la garganta debido a que tiene cáncer en la tiroides”.
“La esperanza diferida [...]”
El porvenir de los exiliados de Bikini todavía es incierto. El gobierno de los Estados Unidos está considerando a Hawai, el lugar más reciente donde los isleños susodichos han elegido establecerse de nuevo. La mayoría de ellos todavía vive en la isla de Kili. Las experiencias que han tenido demuestran lo trágica que es la carrera de armamentos nucleares. Ésta cuesta mucho más dinero y esfuerzo que lo que puede permitirse la raza humana, y hasta en tiempo de paz reclama víctimas, incluso personas inocentes que viven muy lejos de los poderosos países que compiten uno con el otro por alcanzar superioridad nuclear.
La Biblia dice: “La esperanza diferida hace enfermar el corazón” (Proverbios 13:12, E. M. Nieto). Esto se ha cumplido en el caso de los habitantes de Bikini cuando han confiado en los hombres. No obstante, por muchos años ya, desde Majuro se ha estado transmitiendo por radio a todo el archipiélago de las Marshall un mensaje que llama la atención, no a la carrera de armamentos, sino al Reino de Dios como la fuente de verdadera seguridad. Éste es verdaderamente “para el bien de la humanidad y para poner fin a todas las guerras mundiales”. Pronto ese Reino ‘hará cesar las guerras hasta la extremidad de la tierra’, y ‘causará la ruina de los que están arruinando la tierra’. (Salmo 46:9; Revelación 11:18.)
Cuando los habitantes de Bikini que viven en Kili van de visita a Majuro para obtener provisiones o para efectuar algún negocio, oyen el mensaje personalmente de boca de muchos testigos de Jehová que están activos allí. El conocimiento de que está muy cerca el tiempo en que el Reino restaurará a condiciones paradisíacas la Tierra los ayudará a experimentar el cumplimiento de la última parte del versículo bíblico que se mencionó anteriormente: “El deseo satisfecho es un árbol de vida” Pr 13:12. Bajo ese Reino, no habrá más amenaza nuclear ni más víctimas.