Un paseo subterráneo
LOS neoyorquinos opinan que a menudo la manera más rápida de desplazarse por la ciudad es por el subsuelo, utilizando la red de ferrocarriles metropolitanos de Nueva York.
Hay más de cincuenta ciudades en todo el mundo que cuentan con su propia red de ferrocarriles metropolitanos —sistema de transporte denominado comúnmente metro—, y otras están construyéndola. Aunque es cierto que algunas líneas de metro son más limpias y eficientes que las de Nueva York, en su libro Uptown, Downtown (De la periferia al centro), el autor Stan Fischler afirma que “ningún metro es [...] más emocionante, complejo, variado y pintoresco que el de Nueva York”.
Sus orígenes
Un breve resumen de la historia del metro servirá para explicar por qué el sistema subterráneo de Nueva York despierta fuertes emociones, bien a favor o en contra. El sistema de transporte subterráneo se desarrolló para solucionar el problema de la congestión del tráfico en las grandes ciudades. En el año 1863 Londres inauguró el primer ferrocarril subterráneo con locomotoras de vapor. Sin embargo, ni que decir tiene que el ambiente cargado de vapor, hollín y humo que se formaba en los túneles dejaba bastante que desear, pero ese era el precio del progreso. Glasgow, Budapest, Boston, París y Berlín pronto tuvieron también su red de ferrocarriles subterráneos.
En comparación con otras ciudades, Nueva York tardó en adoptar este sistema de transporte, pero con el rápido aumento de la población se vio en la necesidad de hacerlo. Sin embargo, políticos corruptos que tenían intereses económicos en los medios de transporte de superficie bloquearon la propuesta de una rápida transición al nuevo medio de transporte. La situación del tráfico se hacía cada vez más difícil, y la ciudad se vio obligada a tomar una medida provisional: los ferrocarriles elevados, conocidos popularmente como “El”, que comenzaron a funcionar en la década de los setenta del siglo pasado. Además de resultar antiestéticos y ruidosos, utilizaban locomotoras de vapor, y caía mucho hollín y carbonilla sobre las personas que pasaban por debajo.
Cuatro años de ruidos y molestias
En el año 1900, Nueva York empezó sus obras de construcción del metro, que eran de gran envergadura. En lugar de perforar túneles a gran profundidad como se había hecho en Londres, Nueva York tuvo la audacia de optar por un nuevo método. El plan consistía en excavar una enorme zanja; tender el balasto en el fondo; reforzar el suelo, las paredes y la parte superior con vigas de acero, y entonces reconstruir sobre esta estructura la calzada de superficie. ¿Qué ventajas ofrecía este método? Por un lado, resultaba más económico y rápido que perforar túneles, y por otro, los viajeros podían acceder al tren descendiendo un corto tramo de escaleras en lugar de tener que utilizar un ascensor.
Sin embargo, las obras causaron problemas. Durante la construcción la actividad de los negocios sufrió muchas interrupciones. El sistema de alcantarillado, las tuberías de agua, gas y vapor, así como los cables eléctricos y telefónicos, presentaron constantes dificultades a los constructores. Las excavaciones en gran escala también amenazaban con debilitar los fundamentos de algunos edificios grandes. A veces el variado terreno de Manhattan obligaba a los constructores a perforar túneles a gran profundidad a través de roca sólida.
No obstante, durante cuatro largos años los neoyorquinos aguantaron el ruido, las molestias y los trastornos provocados por la construcción del metro, y cuando en el otoño de 1904 los trenes empezaron a funcionar, todo quedó perdonado. De hecho, el metro fue un éxito desde el principio. Durante el primer año, todos los días viajaban en él un promedio de más de 300.000 personas.
La línea vital de comunicación de Nueva York
Aunque la red subterránea de Nueva York no se puede contemplar en perspectiva, como se haría con el Empire State o el puente de Brooklyn, su estructura empequeñece estas maravillas de la construcción algo más vistosas. Por ejemplo, en una sección de 80 kilómetros hay el triple de acero que en el Empire State. Toda la red abarca más de 370 kilómetros de longitud y tiene más de 1.300 kilómetros de carriles, lo que la convierte en una de las redes de ferrocarriles subterráneos más amplia del mundo.
El metro de Nueva York también ha producido un gran impacto en la expansión de la ciudad en sí. La mayoría de las decenas de miles de personas que trabajan en los distritos de negocios vienen de otras partes de la ciudad o de las afueras, y pueden escapar de los legendarios embotellamientos de tráfico y problemas de aparcamiento de Manhattan con tan solo utilizar el metro. De modo que puede decirse que este medio de transporte es la línea vital de comunicación para muchos negocios de Nueva York.
Durante muchos años, el metro permitía desplazarse por la ciudad de una manera segura, limpia y eficaz, pero los tiempos han cambiado, y “el aumento del desafuero” que la Biblia profetizó que plagaría el mundo de hoy, también afecta a este medio de transporte. (Mateo 24:12.) Los robos a mano armada y los tirones de bolso han llegado a ser sucesos muy comunes en el metro.
A pesar de que el aumento de los costes de funcionamiento ha incrementado la tarifa más de veinte veces desde que se inauguró el servicio, esta empresa ya no es lo lucrativa que fue en su día. El metro sigue en servicio gracias a los elevados subsidios gubernamentales, pero los vagones y las estaciones a veces están sucísimos y mal cuidados. Cualquier renovación que se haga se convierte en seguida en objeto de vandalismo, y con frecuencia se descuidan las reparaciones necesarias en los carriles y demás equipo. Las demoras y cancelaciones —que antes se daban en casos excepcionales— ahora parecen ser comunes. A pesar de todo, el metro es una parte fundamental e indispensable de la vida urbana, y los neoyorquinos tienden a aceptar sus inconvenientes con estoica resignación.
Un recorrido en metro
¿Le gustaría dar un paseo subterráneo por Nueva York? Dos de las líneas de metro neoyorquinas pasan a pocas manzanas de la central de la Sociedad Watchtower, donde se publica esta revista. Dirijámonos a una de ellas.
Nuestro destino será el Museo de Historia Natural, que se encuentra en la parte occidental (West Side) de Manhattan. Al salir de la central de la Watchtower en Brooklyn, caminamos unas cuantas manzanas hacia el acceso a la estación del A train.a Bajamos a la taquilla y compramos nuestras fichas, que son una especie de monedas que nos dan acceso a la estación a través de unos torniquetes. Descendemos otro tramo de escaleras y llegamos al andén, que tiene carriles a ambos lados y unos letreros que indican por qué lado pasan los trenes que van a Manhattan y por qué lado pasan los que se adentran en Brooklyn. Nosotros tomaremos el que va a Manhattan.
Sabrá que se acerca el tren cuando empiece a oír un sordo retumbo y de repente note cierta brisa. De pronto irrumpe en la estación arremolinando todo el aire y produciendo un ruido ensordecedor. Tan pronto como el conductor acciona los frenos, el tren se detiene, y al abrirse las puertas, la gente se abre paso para salir y entrar. Nos alegramos de poder encontrar asiento, pues si hubiésemos subido durante las horas punta, es probable que nos hubiésemos tenido que quedar de pie, apiñados como sardinas en lata.
Se cierran las puertas y el tren sale de un tirón. A pesar del ruido, se escucha un anuncio por los altavoces. “¿Qué ha dicho?”, pregunta usted. Muy sencillo. Dijo que este es un A train de la periferia que se dirige a la calle 207. La siguiente parada es Broadway-Nassau. Poco a poco nos vamos acostumbrando al habla del conductor.
En el metro se puede ver una gran variedad de personas: hombres de negocios con sus trajes a rayas, obreros, mendigos, vagabundos, judíos hasidim dirigiéndose al trabajo y padres con sus hijos. Sí, el metro nos ofrece una visión calidoscópica de la variopinta población neoyorquina.
No obstante, esta visión será fugaz porque en pocos minutos llegaremos a nuestro destino. Bajamos deprisa, subimos un tramo de escalera y salimos de la estación. ¿Cuál es su impresión de este corto recorrido? A algunas personas el metro les parece interesante y emocionante, otras se alegran de salir de él, pero bien porque les guste o porque les desagrade, son pocas las que pueden viajar en metro sin inmutarse.
Puede que algún día tenga la oportunidad de subir al metro de Nueva York. Recuerde que una visita a esa ciudad no estaría completa si no se incluyese un paseo subterráneo por Nueva York.
[Nota a pie de página]
a Los trenes están identificados por letras o números.
[Fotografía/Mapa en la página 10]
(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)
A
QB
7
M
5
2