Los imponentes palacios subterráneos de Moscú
POR EL CORRESPONSAL DE ¡DESPERTAD! EN RUSIA
NO RESULTÓ difícil localizar el metro. Un continuo fluir de gente cruzaba la entrada que llevaba al subterráneo. Encima había una letra M de brillante neón rojo. Las puertas de acceso se abrieron ante mí. En el interior me encontré con el curioso espectáculo de personas que descendían rápidamente y desaparecían de mi vista como si se perdieran en un abismo. Al principio dudé, pero pude dominar mis emociones y seguí adelante.
Por primera vez en mi vida me encontraba en un ferrocarril metropolitano. Y no en cualquiera: estaba en el Metro de Moscú. Pero ¿qué tiene de especial un ferrocarril subterráneo en un mundo que ha visto al hombre viajar por el espacio, desintegrar el átomo e incluso realizar complejas intervenciones de cirugía cerebral?
Una cosa: me habían dicho que el Metro de Moscú era probablemente el más hermoso del mundo, y como reza un proverbio ruso, “es mejor ver algo una vez con tus propios ojos que oír de ello cien veces”. Por eso, cuando asistí a la asamblea internacional de los testigos de Jehová en Moscú, el pasado mes de julio, estaba ansioso por subir al metro.
Origen
En 1902, un científico e ingeniero ruso llamado Bolinsky sugirió la creación de un sistema de transporte de superficie que recorriera las murallas del Kremlin y circunvalara el centro de la ciudad, pero el Ayuntamiento de Moscú desestimó la idea en aquella ocasión. Diez años más tarde, las autoridades municipales comenzaron a pensar seriamente en el proyecto, el primero de su clase en Rusia. No obstante, el estallido de la I Guerra Mundial en 1914 abortó su posible ejecución. La idea no resurgió hasta 1931. Entonces el Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética decretó que el primer ferrocarril subterráneo del país se construyera en Moscú. Rusia se convirtió así en el undécimo país que emprendía una gigantesca construcción de esta naturaleza, y Moscú llegó a ser la decimoséptima ciudad en hacerlo.
El Ferrocarril Metropolitano de Moscú abrió su primera línea, de unos 11 kilómetros de extensión, el 15 de mayo de 1935 a las siete de la mañana, tan solo tres años después del inicio de las obras. Cuatro trenes prestaban servicio entre trece estaciones y eran capaces de transportar unos doscientos mil pasajeros diarios. Tanto los moscovitas como los visitantes extranjeros quedaron impresionados. Era tan nuevo, tan inusitado. Por las noches la gente esperaba en fila a que el metro abriera sus puertas para estar entre los primeros pasajeros. Era algo digno de ver, y todavía lo es.
Desde 1935 el metro se ha ampliado a nueve líneas, que cubren un total de unos 200 kilómetros y cuentan con 149 estaciones. Casi todos los medios de transporte público de Moscú, incluidos el aeropuerto y el puerto fluvial, tienen algún tipo de enlace para hacer transbordo al tren subterráneo. De hecho, los moscovitas no pueden concebir la vida sin él. Es comprensible, pues cada día transporta una media de nueve millones de pasajeros, casi el doble de la población de Finlandia. Los metros de Londres y Nueva York juntos transportan únicamente la mitad de esa cantidad.
Una mirada de cerca
¿Siente curiosidad por ver lo que ocurre a veinte pisos de profundidad? Una escalera mecánica nos baja con rapidez. Es una de las aproximadamente quinientas que hay en todo el metro; si las pusiéramos una detrás de otra, medirían más de 50 kilómetros de longitud. Y qué sensación nos produce ir cuesta abajo en una pendiente de más de treinta grados a una velocidad de casi un metro por segundo, alrededor del doble de la velocidad de las escaleras mecánicas de otros países.
Hemos entrado por la estación de Mayakovskaya. Su arquitectura nos hace pensar que estamos en un palacio más bien que en una estación del metro. Me cuesta pensar que en realidad estamos bajo tierra. En pocas ocasiones he visto en la superficie una arquitectura tan bella, mucho menos bajo tierra. No es de extrañar que cinco estaciones del Metro de Moscú, incluida esta en la que nos encontramos, fueran galardonadas en una muestra internacional de arquitectura celebrada entre 1937 y 1939. Por supuesto, no todas las 149 estaciones parecen palacios como la estación de Mayakovskaya; la mayoría de las de más reciente construcción son más modestas, si bien no por ello son menos impresionantes, pues cada una es única en estilo y diseño.
Casi todas las estaciones tienen algo que decir de la historia rusa. El mármol, la cerámica y el granito que las decoran se trajeron de veinte lugares diferentes del país. Así, una guía fotográfica dice: “Toda la nación puso manos a la obra para construir el Metro de Moscú”. Los pisos se decoraron mayormente con granito por su durabilidad. Este es un factor importante en vista del gran número de personas que cada día abarrotan las estaciones.
Mientras disfrutamos de las bellezas de estos palacios subterráneos, nos fijamos en los trenes que pasan a gran velocidad en una y otra dirección. Unos noventa segundos después de que un tren deja la estación, se ven acercarse las luces del siguiente. ¿Siempre pasan con tanta frecuencia? No, solo en las horas punta. En otras horas pasan a intervalos de tres a cinco minutos.
Apenas nos sentamos en los cómodos asientos del vagón, sentimos la rapidez con que el tren acelera hasta alcanzar la velocidad máxima. Pasa como un rayo por un túnel de tan solo unos seis metros de diámetro, a veces a casi 100 kilómetros por hora. Se podría recorrer la longitud total del metro en unas seis horas. Los moscovitas prefieren el ferrocarril subterráneo no solo por ser el medio de transporte más rápido, sino porque es cómodo y económico. El pasado mes de julio, durante la asamblea internacional de los testigos de Jehová, un viaje a cualquier punto del metro costaba diez rublos, lo que entonces equivalía a un centavo (E.U.A.).
Los intervalos entre los trenes son tan cortos que quizás se pregunte cómo es posible que estos viajen a velocidades tan altas. La explicación es sencilla. Se ideó un sistema de control automático de velocidad para evitar accidentes. Este sistema se encarga de que la distancia entre los trenes nunca sea menor que la distancia necesaria para detener el tren a la velocidad a la que circula. En otras palabras, un tren que se mueva a 90 kilómetros por hora y sobrepase la distancia de frenado con respecto al tren que va delante de él comenzará a frenar de forma automática. Además, el conductor del primer tren recibirá una advertencia con una señal de alarma. Este sistema, por supuesto, incrementa de forma considerable la seguridad. ¿Será esa la razón por la que los usuarios moscovitas parecen tan tranquilos y calmados? La mayoría de ellos se sientan plácidamente mientras leen, confiando por completo en que llegarán a su destino sanos y salvos.
Iluminación y ventilación
Por la mañana temprano, a medida que empiezan a sonar los miles de motores eléctricos y se encienden centenares de miles de luces, millones de personas empiezan a desfilar por los atestados palacios subterráneos, donde unos tres mil doscientos vagones alternarán la apertura y el cierre de sus puertas durante todo el día. Todo esto es posible gracias al empleo de una asombrosa cantidad de energía eléctrica.
Toda esta actividad genera una gran cantidad de calor que en parte absorbe la tierra de los alrededores. No obstante, ¿qué se hace con el calor sobrante, que pudiera causar el sobrecalentamiento de los túneles y las estaciones? Como corresponde a los palacios, cada estación dispone de un sistema de ventilación que renueva completamente el aire cuatro veces por hora. Siempre hay aire fresco sin importar lo atestado que se encuentre el tren. De hecho, mucha gente considera que el sistema de ventilación del Metro de Moscú es el mejor del mundo.
Sin embargo, durante el invierno el calor resulta provechoso. Salvo en los edificios y las entradas ubicadas en la superficie, no es necesario ningún tipo de calefacción. De los trenes, las multitudes y la propia tierra, que ha almacenado calor durante la primavera y el verano, emana generosamente el calor suficiente para mantener los palacios subterráneos a una temperatura agradable.
Alabado en todas partes
Como era de esperar, la guía ilustrada del metro se deshace en elogios: “Se considera que el Metro de Moscú es con todo merecimiento uno de los más hermosos del mundo. Sus estaciones palaciegas, con su intrincada red de conductos, cableado, tuberías y tendido eléctrico, representan una amalgama verdaderamente fascinante del mejor esfuerzo artístico y habilidad en ingeniería. Son algo más que estaciones; se trata de obras maestras de arquitectura de una elegancia y un encanto inimitables, exquisitamente adornadas con mármol, granito, acero y azulejos. Su novedosa iluminación, esculturas, mosaicos, molduras, artesonados, vidrieras y bajorrelieves realzan su belleza. Los mejores arquitectos y artistas del país —incluidos los escultores— contribuyeron a su creación y decoración”.
Ahora, después de visitar Moscú y haber visto el tren subterráneo con mis propios ojos, no puedo menos que estar de acuerdo. Muchos de mis compañeros presentes en la asamblea también quedaron impresionados. Uno de ellos, de origen alemán, comentó: “Me sentí como si hubiera entrado en una sala de conciertos adornada de bellísimas lámparas. Estaba embelesado”. A un visitante de Estados Unidos le asombró la puntualidad, limpieza y eficacia del metro. Y un asambleísta de la distante Siberia se quedó boquiabierto ante su enorme tamaño y las dimensiones de las estructuras subterráneas.
Si algún día viene a Moscú, le animo a que visite estos imponentes palacios subterráneos. Recuerde: “Es mejor ver algo una vez con sus propios ojos que oír de ello cien veces”.
[Fotografías en las páginas 16, 17]
Algunas de las hermosas estaciones del Metro de Moscú
[Reconocimientos]
Crédito de fotografías (en la dirección de las manecillas del reloj, comenzando por la foto superior izquierda): Laski/Sipa Press; Sovfoto/Eastfoto; Sovfoto/Eastfoto; Laski/Sipa Press; Laski/Sipa Press; Sovfoto/Eastfoto
[Reconocimiento en la página 15]
Sovfoto/Eastfoto