La sociedad del Nuevo Mundo en la Argentina
EN ESTE momento hallamos a N. H. Knorr, presidente de la Sociedad Watch Tówer Bible and Tract, en el último día de su visita a Chile, visita que era parte de su gira por América del Sur emprendida cuando partió junto con su secretario, M. G. Hénschel, del aeropuerto Idlewild en Nueva York, el sábado 14 de noviembre de 1953. En el Perú él se había separado de su secretario y ahora estaba viajando solo, esperando unirse de nuevo a él en Buenos Aires, Argentina.
El sábado 19 de diciembre por la mañana, al comunicarse con la compañía aérea se enteró de que el avión con rumbo a Mendoza, Argentina, iba a salir más temprano, de modo que eso quiso decir darse prisa para terminar todo durante la mañana y estar listo para salir a las 2 de la tarde. Todos los misioneros de Santiago, Chile, y varios hermanos que se habían quedado en la ciudad lo acompañaron al aeropuerto. Los trece días que pasó en Chile son días que él recordará por largo tiempo, y fué verdaderamente bueno observar el aumento excelente que se está logrando en lo que toca a congregar a las “otras ovejas,” y se tiene plena seguridad de que muchos más ingresarán en los años venideros.
Al ir viajando solo a través del valle fértil en que está situado Santiago, el hermano Knorr no pudo menos que pensar en la tremenda cantidad de trabajo que todavía hay que hacer en todas partes del mundo. Es un gozo saber que unas 520,000 personas están ansiosamente haciendo todo esfuerzo posible por llevar a cabo esta actividad de predicar.
La ruta a través de las montañas Andes era diferente esta vez de la ruta anterior. Anteriormente el presidente de la Sociedad había viajado por lo que se llama “El Paso” a Argentina, pero éste estaba cerrado por nubes cargadas, así que se escogió una ruta más hacia el sur y ésta era sumamente hermosa. El avión, al acercarse a los Andes, hizo dos círculos para lograr mayor altitud y poder pasar por encima de estas cumbres que penetran en los cielos, y entonces pasó más allá de los pináculos cubiertos de nieve a ambos lados. El avión se mantuvo lo suficientemente bajo por los vertientes de las montañas para hacer posible ver claramente los grandes derrumbamientos de nieve y las cataratas. Todo queda atrás en veinte minutos: los Andes son muy angostos, pero altos y bellísimos, rocosos y llenos de grietas. Pero uno no aparta la vista de ellos mientras está entre ellos. Verdad es que las cimas encumbradas cubiertas de nieve son una excelente representación del reino eterno de Jehová, el Gobernante Soberano. Parece que nada jamás pudiera moverlas, pero la Palabra de Jehová dice que él hasta sacudirá las montañas y las allanará en la terrible batalla del Armagedón y entonces todos sabrán que Jehová es Dios.
ARGENTINA
De repente el avión empezó su descenso, pues no faltaba mucho para llegar a Mendoza y era preciso reducir la altitud. Las pampas de la Argentina se extienden como un tremendo mar y, puesto que hacía mucho calor ese día, las ondas de calor que subían desde el suelo hacían que la tierra se viera como un gran lago allá en lo lejano. Abajo estaban los viñedos y huertas frutales y terrenos de jardines cerca de Mendoza. Los álamos y otros árboles a lo largo de los caminos en su posición erguida sirven para proteger la fruta contra el viento. De repente el avión estaba rodando y se detuvo en el aeropuerto. Tres hermanos estuvieron allí para dar la bienvenida al hermano Knorr. Aparentemente su nombre era el último en la lista de pasajeros, de modo que tomó largo tiempo cumplir con las formalidades de la inmigración y aduana.
Los hermanos de Mendoza habían hecho muchas preparaciones en vista de esta visita. Una hermana se expresó como sigue: “Esta es una ocasión tan grande para nosotros que nos parece día de fiesta. Cuando salgo a las calles me parece que todas las tiendas deben estar cerradas.”
A las 4 de la tarde (las 3 en Chile debido al cambio en la hora) muchos de los hermanos ya estaban esperando en el lugar de reunión en el campo, de donde pudieron ver el avión de Chile descender de las cimas de los Andes y luego desaparecer de la vista en dirección al aeropuerto. Se les llenó el corazón de gozo al saber que pronto el hermano Knorr estaría con ellos para darles consejos e instrucción.
Dentro de 72 horas después de llegar uno a Argentina hay que registrarse con la Policía federal, de modo que esto recibió atención primero y también el confirmar los arreglos finales para la partida del lunes hacia Córdoba, otro lugar donde se iba a visitar a los hermanos. El hermano Knorr se detuvo en casa de un hermano en la ciudad el tiempo necesario para dejar su equipaje y se unió al grupo a las 6:30 p.m. Antes que les dirigiera la palabra, lo que había de hacerse en media hora, el hermano y dueño de la finca invitó al hermano y la hermana Eisenhower y al hermano Knorr y a unos cuantos otros a la huerta a comer cerezas que habían sido conservadas un mes entero después de terminado el tiempo acostumbrado de cortarlas. Se había dejado una rama colgante absolutamente llena de cerezas maduras coloradas y amarillas. Toda la rama se había envuelto en un costal de arpillera, para protegerla de las aves. Las cerezas estaban deliciosas, y todos las apreciaron. La casa de esta finca estaba circundada de glorietas de vides y árboles frutales, un lugar hermoso.
El hermano Knorr habló por dos horas y media desde la galería al grupo de concurrentes, usando al hermano Eisenhower como intérprete. Después de su discurso tuvieron merienda, y entre otras cosas comieron aceitunas maduras y verdes que fueron cultivadas en esta finca y mucha fruta. Todos participaron de esto bajo las enramadas. De allí a la ciudad, a la casa de los padres de dos estudiantes de la vigésima segunda clase de la Escuela bíblica de la Wátchtower de Galaad. El viaje se hizo en un camión pequeño. Como éste era el único automóvil que se tenía, los demás hermanos caminaron a pie por el camino serpentino, tomándose unos cuarenta y cinco minutos para hacerlo. Era un lugar muy bello para caminar a pie o en automóvil esa noche porque la luna estaba llena. No había nubes sobre los Andes y uno no podía menos que detenerse y mirarlos en reverente admiración.
Después de una noche de descanso y de despertar a las 5, un grupo de cinco personas estaba listo para ir por taxímetro a otro grupo a 178 kilómetros al norte de Mendoza a lo largo de las colinas al pie de la cordillera. La ciudad se llama San Juan. El grupo llegó felizmente después de haber atravesado una inundación causada por una tormenta la noche anterior. En algunos caminos había cuatro pulgadas de agua. En camino alguien recordó y contó una experiencia que había acontecido en este pueblo. Un hermano, mostrándose algo falto de tino al presentar el mensaje del Reino, le había dicho a una señora que se había opuesto que en el Armagedón cuando las piedras le empezaran a caer encima ella recordaría el mensaje que él le había dado. Entonces unos cuantos años después cuando fueron sacudidos por aquel terrible terremoto ella pensó que era el Armagedón, porque cientos de personas murieron. En esa ocasión una piedra sí le dió en la cabeza y eso la hizo pensar seriamente. Pronto estaba en la organización. Se necesitó un “Armagedón pequeño” para despertarla. Otro informe tenía que ver con la esposa de un hermano, la cual mostraba oposición y a quien se le había amonestado acerca del Armagedón y lo que acontecería en él, y ella verdaderamente pensó que el terremoto era el Armagedón; de modo que quedó sorprendida porque había sobrevivido.
En esta ciudad, donde todavía pueden verse los efectos de esa catástrofe, se recogió al siervo de congregación, quien los acompañó para decir al conductor adónde ir. El grupo pasó por la ciudad y se dirigió a las montañas, entrando en un valle angosto con elevadas colinas rocosas dentadas a ambos lados del camino. Allí, justamente detrás de esta primera fila de montañas, el humo que ascendía en espiral al pie de las montañas designaba el lugar que los hermanos habían escogido para su picnic. El arroyo veloz en las cercanías producía un sonido alegre, dando la bienvenida a todos. La llegada del taxímetro puso fin a las conversaciones amigables y todos fueron a recibir a los recién llegados con un caluroso apretón de manos. El grupo se reunió inmediatamente en un lugar llano cerca del arroyo y se empezó el discurso, estando los oyentes bajo la sombra de los árboles. Los niños jugaban y escuchaban silenciosamente y los hermanos se cambiaban de un lugar a otro en busca de la sombra, mientras los dos conferenciantes les seguían hablando, dirigiéndoles la palabra por dos horas y media. Ya era pasado el mediodía cuando se puso fin a la reunión con oración. Todo el mundo se sentía grandemente regocijado debido al banquete espiritual y luego alguien gritó: “¡Traigan su carne al fuego!” Era hora de comer y pronto se dió comienzo al asado.
Brasas calientes y el chirrido de res asándose ¡qué aroma! Entonces varios hermanos cargaron y pusieron dos troncos largos en posición horizontal, a tres pies uno del otro y no muy lejos del fuego. Estos sirvieron de mesa, extendiéndose sobre ellos largas hojas de hierro galvanizado. Esto medía como dos pies desde el suelo. El humo que se había visto al tiempo de llegar venía de las ramas y carbón que se estaban quemando en preparación para el asado, porque las brasas de este fuego tenían que esparcirse sobre el suelo debajo de una parrilla de hierro y muy cerca de ella. Esto es típico de la Argentina y el gaucho medra con este alimento. ¡Cualquiera pudiera!
Cerca de las parrillas se mantenía ardiendo un fuego para suministrar más brasas a medida que las primeras se consumían. De esta manera la carne es asada lentamente y produce un gotear continuo de pringue que les da un apetito terrible al asador y los observantes. Por fin vino la señal que todos estaban esperando: el asador llamó: “¡Está lista!” Esto quiere decir que no hay tiempo que perder, porque la carne está exactamente como debe comerse. Si se deja aun un poquito más de lo debido se pone seca y dura.
Con tenedores los grandes pedazos de carne se llevaron de las parrillas a la “mesa” a unos cuantos pies de allí. ¡No hay que preocuparse por platos! Y además, es mucho más delicioso y cómodo comer el asado con los dedos, como acostumbran hacerlo en Argentina. Hay un tenedor para todos en el gran platón de lata que contiene una ensalada mixta de tomates, cebollas y pimientos verdes sazonada con aceite, sal y limón. Hace maravillosa combinación con la carne. La carne estaba deliciosa. Era parecido a una gran comida de sandías, sólo que en vez de tener agua en la nariz, barba y boca, eran los jugos naturales de la carne los que le chorreaban a uno de la barbilla y dedos. Todos estaban de pie alrededor de la mesa y cada uno tomó vino del vaso de la familia, pues sin vino no está completo el asado en la Argentina.
Después de comer, el hermano Knorr habló unas cuantas palabras en despedida y entonces se despidió personalmente de cada uno. Entonces al taxímetro y en camino de vuelta a Mendoza. Llegó a las 6:15 de la tarde. Eso quiso decir que el viaje entero había tomado doce horas ese día, siete de las cuales se consumieron solamente en viajar.
El lunes 20 de diciembre a las 5 de la mañana el hermano Eisenhower y su esposa y el hermano Knorr estaban levantados, empacando para su viaje. Salieron en avión a las 7, con rumbo a Córdoba, a 700 kilómetros de allí. Un hermano de Buenos Aires los encontró allí en su automóvil y, según se había planeado, iba a llevarlos de lugar en lugar por el resto del viaje. Pusieron el equipaje en el automóvil y se dirigieron a una pequeña finca en las afueras del pueblo donde un grupo de hermanos del mismo pueblo estaba esperando oír el mensaje del hermano Knorr basado en la Palabra de Dios. Primero todos tenían que saludarse, y los argentinos lo hacen dándose la mano; entonces a las 11 estaban listos para oír el discurso. Dos horas y media se pasaron dando consejos al grupo. No había donde sentarse, de modo que todos se quedaron de pie.
A medida que absorbían las palabras de vida, ¡qué gozo sentían al estar congregados así con un representante de las oficinas principales en medio de ellos! En la Argentina grupos de estudio de ocho a quince personas se reúnen con regularidad para estudiar y predican la Palabra con regularidad, pero al presente no hay Salones del Reino para que grupos grandes celebren reuniones. Por eso era ocasión de gran gozo para ellos el que alguien los visitara. Tenían muchas preguntas y usando una o dos personas que estaban allí y que hablaban inglés el hermano Knorr pudo conversar con ellos. La intención de todos era hacer de esta ocasión una que durara todo el día, así que se dividieron en pequeños grupos para comer su merienda. Aquí también se preparó un asado delicioso, y después de gozar de éste los visitantes se despidieron.
Pero los hermanos no querían que los cuatro visitantes se fueran en su automóvil, de modo que un hermano, hablando por un intérprete, le dijo al hermano Knorr que iba a pinchar las neumáticas para que no pudiera irse. Pero el hermano Knorr le dijo: “Usted no querría impedir que las muchas otras ovejas de Jehová por el camino oigan estas cosas.” “Oh no, usted tiene razón. ¡Adelante!,” dijo él, sonriéndose. Fácilmente se veía que no les gustaba a los hermanos el que los visitantes se fueran, pero causó sorpresa después que todos se habían despedido y el automóvil había empezado a entrar en el camino principal ver cómo una fila de hermanas que había corrido adelante, tomándose las manos, tenía el camino bloqueado. A medida que el coche avanzaba lentamente la fila de personas que mostraba esta expresión de amor y el deseo de que se quedaran más tiempo los visitantes se rompía y entonces hubo un movimiento final de las manos en despedida y risa gozosa y los viajeros cobraron velocidad con rumbo a San Francisco.
Este era un viaje de tres horas en automóvil, así que llegaron un poco después de las 7 de la noche. La casa en que habían de reunirse los hermanos estaba muy silenciosa a medida que se acercaban los visitantes. Sólo un hermano estaba ansiosamente esperándolos afuera sentado en la acera, y cuando llegó el automóvil dirigió a los viajeros adentro donde los esperaban los demás.
De allí a Santa Fe esa misma noche, donde llegaron a las 11:30 para descansar un poco en el hotel. A las 7 de la mañana de ese martes los viajeros estaban en la orilla del río esperando el barco que va a Paraná. Tomó hora y media el llegar y fueron directamente al lugar de reunión donde un grupo les esperaba.
A las 10:15 los viajeros estaban cruzando el río de nuevo para volver a Santa Fe. En camino el motor del barco se encendió y hasta el piloto se atemorizó. Un señor corpulento que llevaba su saco en mano estaba verdaderamente asustado y se dirigió hacia el techo del barco para ser el último en sumergirse, y se le oía decir: “¡Y esto tenía que pasar hoy!” El piloto dirigió el barco directamente hacia la orilla, a unas 200 yardas, pero cuando vió que se estaba teniendo éxito en apagar el fuego viró a corta distancia de donde hubiese encallado y se dirigió de nuevo a aguas profundas. Todo esto causó excitación mientras duró, especialmente a los que no sabían nadar. En poco tiempo el fuego fué apagado y todos llegaron ilesos a las playas de Santa Fe. Había cuatro grupos que visitar en esta ciudad, también, una hora en cada lugar. Los hermanos estaban esperando en cada lugar y se cumplió fielmente con el horario. No había tiempo para despedidas personales, porque se trataba de correr rápidamente de un lugar a otro y no había tiempo que perder.
Poco después de las 5 de la tarde los viajeros fueron en automóvil para cumplir otra cita en las afueras de la siguiente ciudad que había de ser visitada, Rosario. Los otros cuatro grupos de allí esperarían hasta el día siguiente de acuerdo con los arreglos que se habían hecho. El martes, a las 8:30 de la noche, los viajeros tuvieron el gusto de cenar en un hogar misionero donde vive un matrimonio. Allí el siervo de circuito y su esposa, que son graduados de Galaad, pasaron un rato con los visitantes. Fué una noche muy agradable después de un día muy placentero.
La mañana siguiente a las 8:30 ya se estaba pronunciando el primer discurso y para la 1:30 cuatro grupos habían oído al hermano Knorr hablar. Merienda otra vez en el hogar misionero y a las 3:30 los viajeros llegaron al pueblo siguiente, Ciudad Evita. Se encontraron con el siervo de congregación, igual que se hizo por todo el camino, para que éste los dirigiera al lugar de reunión. Esta vez el lugar era la finca de un hermano. Al venir acercándose por los caminos llenos de polvo podían ver a los hermanos andando por la finca. Se habían aprovechado de la ocasión para hacer un picnic de todo el día. Una pareja observó el coche y corrió a dar las noticias, de modo que para el tiempo que el automóvil llegó a la finca y los viajeros anduvieron al lugar detrás de la casa todos estaban en su lugar y no se oía ni un sonido. Los cuatro visitantes podían ver que el patio había recibido atención especial durante el día. Tanto gozo sentía este grupo porque un hermano venía a visitarlos de las oficinas principales que habían hecho preparaciones especiales. Hasta habían hecho una plataforma, y el texto del año (Salmo 29:2) se había colgado en la parte exterior de la casa, sirviendo de fondo muy adecuado para los conferenciantes. Habían colocado flores de diferentes maneras alrededor del texto. Había flores en la mesa del conferenciante, y también las había atadas a los árboles. Fué un cuadro verdaderamente conmovedor ver a este grupo sentado allí escuchando atentamente el discurso del hermano Knorr.
Esta fué una ocasión notable para ellos, pero aun más lo fué para el hermano Knorr. Todos los hermanos por todo el camino en todas partes del país habían viajado largas distancias y habían tenido que faltar a sus trabajos seglares durante días de semana para poder congregarse con sus hermanos de la misma fe preciosa y recibir buenas palabras de uno de los siervos de Jehová. El decir cómo ellos se sintieron y cómo se sintió el hermano Knorr sería difícil de expresar en forma escrita. Pero el amor se expresa. Aquí el amor estaba en acción. Los testigos de Jehová en la Argentina están llenos de celo y tienen el gozo del Altísimo y quieren alabar a Jehová junto con sus hermanos de todas partes del mundo. ¡Y eso están haciendo!
Después del discurso se invitó al hermano Knorr y los otros a comer, y la mesa ya estaba preparada, pero el horario no les permitía comer allí, de modo que se tomaron una bebida fresca y al salir de la casa fueron cargados con un pastel tremendo y un pollo asado. Cuando pasaron adelante para entrar en el coche oyeron cánticos teocráticos que un grupo de hermanos que estaba junto al coche estaba cantando. Uno de ellos estaba tocando un acordeón. Sonaban muy bien en español, tan bien como en inglés.
Tomando el camino no pavimentado, llegaron a la carretera que los llevó a su próxima parada, Bell Ville. Allí también todos los estaban esperando. Se habían reunido en la casa de una hermana cerca del pueblo en un lugar especialmente preparado al lado de la casa. Para llegar a los dos últimos lugares había sido necesario viajar en caminos muy polvorosos. A veces el polvo obligaba a cerrar las ventanas del automóvil, a pesar del calor, porque los automóviles que iban pasando levantaban nubes de polvo.
Partieron de allí a las 8:30 de la noche y viajaron hasta la 1:40 de la mañana, llegando a la ciudad de Río Cuarto. Durmieron unas cinco horas en el hotel y el hermano Knorr se levantó y salió, pronunciando su primer discurso a las nueve de la mañana. A pesar de los problemas que fué necesario considerar en esta ocasión, todos disfrutaron de la creación del Creador al estar de pie durante todo el discurso rodeados de árboles y hierba. Era un lugar hermoso aunque el viento estaba muy fuerte. Esto es cosa común en esta sección del país, pero se notó especialmente ahora cuando el intérprete tuvo que alcanzar y quebrar ramitas molestosas que se estaban columpiando sobre su cabeza.
Después de despedirse hasta la próxima vez, los viajeros se dirigieron hacia Pergamino, partiendo después de las 10 a.m. y llegando a las 4 p.m. Compraron frutas en el camino y así no perdieron tiempo en comer, sino que viajaron sin parar. Unas cuantas personas habían venido de Junín para reunirse con estos hermanos. Después que el hermano Knorr terminó su discurso, los hermanos expresaron su deseo, como lo habían hecho los hermanos por todo el camino, de que el hermano Knorr llevara su amor y saludos a todos los otros con quienes se encontrara.
Había una parada más, la última antes de llegar a Buenos Aires. Este era terreno llano y había un poco de verdor a lo largo del camino. A corta distancia los viajeros dieron con un camino no pavimentado y recorrieron 30 kilómetros en éste hasta llegar a Salto. Los nidos de lodo de las aves colocados encima de las cercas y postes de teléfono, así como también docenas de buhos, hicieron muy interesante el viaje por este camino. En camino los viajeros habían recibido una carta de los hermanos en este pueblito diciéndoles que querían que cenaran con ellos. No hallaron ningún inconveniente, especialmente después que se habían limitado a fruta todo el día. Al llegar y entrar por el portal al lado de la casa, los viajeros llegaron a ver dos corderitos estirados en una vara de hierro asándose. La vara, con un extremo enterrado en el suelo, mantenía la carne en el aire en posición oblicua sobre las brasas. Los visitantes aprendieron que toma tres horas, cocinando la carne despacio, hacer este asado. Lo sazonan con sal antes de asarlo y entonces cuando lo sirven lo sazonan con una salsa.
Sucedió que ésta era la nochebuena, cuando la gente del mundo estaba celebrando una gran fiesta, pero los testigos de Jehová se valieron de esta ocasión para reunirse con verdaderos propósitos cristianos. Primero se les sirvió alimento espiritual. La reunión había de empezar a las 7 p.m. y los cuatro viajeros llegaron cinco minutos tarde después de todos estos días de viajar y adherirse a un horario estrecho. El hermano que había suministrado y conducido el automóvil había rendido un maravilloso servicio en beneficio de sus hermanos y el hermano Knorr quedó muy agradecido. No había terminado todavía, pero todos se sentían felices de que hubiera sido posible abarcar un territorio tan extenso. Así que en esta casa se celebró la última reunión fuera de Buenos Aires. Fué muy agradable y sirvió para edificar a todos. El hermano Knorr habló por más de una hora y entonces se pusieron las mesas.
Sentados a las mesas los hermanos gozaron al oír las experiencias que el hermano Knorr les contó de los Estados Unidos y otros lugares. Antes de partir el hermano Knorr y sus compañeros expresaron su gozo de que no había llovido, porque en tal caso hubiese sido imposible viajar por ese camino lodoso. Había amenazado llover toda la tarde, y los cuatro visitantes se habían preguntado si les sería posible viajar si los caminos estuvieran lodosos. Después que emprendieron su camino vino el chaparrón. Un hermano de Salto acompañó a los viajeros hasta el próximo pueblo para estar seguro de que no se desviaran del camino. Llegó a las 11 p.m., justamente a tiempo para tomar el tren de regreso.
El hermano Knorr y el hermano y la hermana Eisenhower y el conductor del coche siguieron su camino y por fin llegaron a Buenos Aires a las 2 de la mañana. Era la nochebuena y había mucho tránsito. La marcha era peligrosa. Todos daban gracias a Jehová por este gran privilegio de servicio que habían tenido por todo el camino y apreciaron la manera en que los hermanos habían cumplido fielmente con las instrucciones. Todo esto contribuyó su parte para hacer posible el hablar al mayor número de personas posible.
Desde el tiempo que se habían encontrado en Mendoza hasta que llegaron a Buenos Aires habían viajado más de 1,500 millas por automóvil y 400 por avión. Todo esto se efectuó desde el sábado 19 de diciembre hasta el siguiente jueves.